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Podemos, ¿magia potagia?

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Tras la irrupción de Podemos en las elecciones europeas, buena parte del debate político en este país transcurre entre coletas y círculos. Las gerontocracias tienen estas cosas: la falta de ideas, el agotamiento, la pereza y la soberbia se transforman en un cóctel mortal en el que cualquier inyección de aire fresco puede derivar en una peligrosa pulmonía.

Obtener cinco diputados en apenas cien días es un éxito, pero no es mérito suficiente para ocupar la posición del astro rey en el sistema solar de la política patria desde el día después de las elecciones y, mucho menos, provocar que el bipartidismo ingrese en la UVI con pronóstico reservado. Es cierto que buena parte del mérito corresponde a la mediocridad instalada desde hace tiempo en las salas de mando de los grandes partidos, tan encantados de conocerse a sí mismos como incapaces de comprender los cambios que se producen fuera de sus despachos.

Una parte de la opinión publicada considera que el éxito electoral de Podemos radica exclusivamente en la televisión. Algunos, con mayor intencionalidad, sostienen que el secreto consistió en decir lo que la gente quería oír o en aplicar viejos trucos de magia. Obvia decir que los análisis simplistas son la forma más rápida de no llegar a ninguna parte.

Superar el millón de votos en apenas cien días obliga a un mayor esfuerzo: es preciso ser más riguroso, alejarse de atajos y abandonar prejuicios. Tras los resultados de Podemos se encuentra, entre otras cuestiones, una demoledora lección de humildad para una buena parte de los reputados expertos (con honorarios millonarios) que pretenden conseguir votos de la misma forma que venden detergente, pero también hay una demostración de la importancia del análisis del contexto, la construcción del relato o el uso combinado de la televisión y las redes sociales en la comunicación política.

Pablo Iglesias no era el único candidato con una presencia habitual en algunos programas de televisión, tampoco era el más conocido del grupo de candidatos incubados en los platós y obtuvo casi el 8% de los votos sin disfrutar de un sólo minuto en los informativos de las grandes cadenas de televisión. Eso sí, aprovechó cada oportunidad como si fuera la última, disputó partido a partido, exhibió agilidad, disciplina, reflejos y argumentos. Se alejó por completo de la jerga del político tradicional, paraíso de los eufemismos y espacio natural del barroquismo de las palabras huecas, y construyó un relato basado en las verdades como puños. Buscó el sound bite y multiplicó su audiencia a golpe de tuit. Disputaron el partido en el terreno del sentido común y sudaron la camiseta de la simplificación del mensaje, una de las tareas más complejas en el ámbito de la comunicación. Exhibieron músculo con las metáforas y se convirtieron en una fábrica de titulares.

Podemos desarrolló su campaña electoral a contrarreloj, con los bolsillos vacíos y sin la menor atención (o el mayor de los desprecios, según el caso) de los grandes grupos de comunicación de este país. La excepción fueron algunos digitales y dos programas de televisión cuya audiencia apenas alcanzaba el 13%. Para superar el apagón informativo, optaron por disputar el partido en segunda división y centrar todos los esfuerzos en los medios autonómicos y locales. Cada acto de Pablo Iglesias se convirtió una coartada para buscar entrevistas, principal objetivo militar de la campaña y el camino más rápido para poder llegar a cientos o miles de personas.

Una candidatura outsider necesita la visibilidad como los seres humanos el oxígeno y, en esta tarea, el Equipo de Redes Sociales se transformó en un arma de propagación masiva: eran capaces de aumentar las audiencias y, por tanto, multiplicar el impacto de cada noticia sobre Podemos. Los medios, víctimas de una grave crisis financiera y de otra aún peor de credibilidad, comprobaron rápidamente que informar sobre Pablo Iglesias aumentaba sus visitas en la Red, así que una parte de ellos actuaron en consecuencia.

Las redes sociales no sólo fueron un potente altavoz, también hicieron posible la rápida transmisión del virus con una eficacia inédita. Tres ejemplos: las primarias, la expansión territorial o la financiación de la campaña de Podemos no se podrían explicar sin ellas. Mientras el resto utilizaba las redes como espacio para la contaminación acústica, ellos construían comunidad y propagaban la palabra del señor.

La política de comunicación de Podemos no se diseñó a golpe de improvisación como tampoco se refugió en las fronteras del marketing. A contrario, responde a un detallado análisis de contexto, realizado durante los últimos dos años, tras el inicio del ciclo de protestas de 2011. Mientras en los despachos del poder ni se molestaban en comprender lo que ocurrían en las plazas, ellos certificaron la defunción de los viejos consensos de la Transición y firmaron la partida de nacimiento de un nuevo mapa de coordinadas que permitía explicar los incipientes acuerdos transversales imperceptibles para los radares oficiales. Mayorías que se configuraban nítidamente en las calles pero que no acababan de encontrar expresión electoral para transformar la indignación en votos contantes y sonantes.

El déficit democrático (cada vez era más evidente que una minoría estaba utilizando las instituciones públicas para su propio servicio), la corrupción (como síntoma de descomposición de un sistema en el gobiernan personas que no se presentan a las elecciones) y la falta de soberanía (las decisiones se toman lejos y mediante procedimientos opacos) constituían los ejes sobre los que había de moverse para convertir en abismo el divorcio entre las élites políticas y un porcentaje muy relevante de la sociedad española. La progresiva pérdida de identificación partidaria, la incipiente promiscuidad electoral y el retraso a la hora de decidir el voto hicieron el resto.

Uno de los grandes éxitos de Podemos fue demostrar que en las urnas no se trataba de elegir entre salir de guatemala y entrar en guatepeor. Sabían que cada vez más personas querían romper con lo viejo y dar a luz algo nuevo, que se necesitaban candidatos sin pasado porque las mismas caras de siempre eran difíciles de digerir. Hablaron de los problemas de la gente corriente en el lenguaje de la gente corriente, identificaron a los culpables y propusieron soluciones. En definitiva, lograron inyectar ilusión en un país asolado por la resignación y la decepción, harto de un Gobierno que rescata bancos y sacrifica personas.

El resto de la historia ya la conocemos: el bipartidismo va camino del tanatorio, el pánico reina en los grandes partidos y el IBEX35 empieza a jugar sus cartas para que todo cambie pero todo siga igual. No se equivoquen, Podemos no es una nueva entrega de magia potagia, es un proyecto que sabe que las viejas certezas están mutando y que es la ocasión de oro para disputar la batalla del sentido común como paso previo a ocupar La Moncloa. Otra cosa es que lo consigan.

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