Imagen: Esta mujer de Sissacounda es una de las 320 mujeres de Guinea Bissau que, por primera vez en la historia, son propietarias de sus tierras (Foto: Pedro Armestre)
La riqueza de los países occidentales en los últimos siglos fue posible, en parte, gracias a la colonización de África. Doscientos años después, vivimos una nueva colonización de las tierras, ya no bajo regímenes políticos explotadores sino bajo el imperio de las transnacionales.
No sé si es algo de lo que se hable mucho en los medios, pero hoy en día hay miles de empresas, gobiernos y caciques locales comprando en los países pobres grandes extensiones de tierra para cultivos que se destinan a la exportación para países ricos o para agrocombustibles. Y lo más grave es que esto se hace en países donde la población pasa hambre, como en Guinea Bissau. El fenómeno se denomina "acaparamiento de tierras".
Se trata de empresas que invierten vendiendo desarrollo cuando en la mayor parte de los casos producen justo lo contrario: expulsiones de tierras de cultivo, abusos laborales, cambios en los precios de los alimentos de mercados locales, erosión de sus medios de vida, etc.
Desde al año 2000, la compra masiva de tierras ha supuesto la compraventa de 83,2 millones de hectáreas, lo que supone un 1,7% de la tierra cultivable sobre el planeta. En su mayor parte, estas transacciones se han realizado a partir del 2008, cuando se disparó el precio de las materias primas, que no olvidemos, cotizan en bolsa.
Como hoy es el Día Internacional de los Derechos Humanos, y debemos celebrar que éstos todavía existen (aunque muchas veces en el papel) no me quiero poner negativa. Organizaciones como Alianza por la Solidaridad, en la que trabajo, fomentan campañas de lucha contra el acaparamiento de tierras y recogen sus consecuencias, además de promover las buenas prácticas. Y también se suman a movimientos como Vía Campesina, que defienden que el sistema agroecológico de producción de alimentos a pequeña escala es el que da la mejor respuesta a las demandas del presente y del futuro.
Imagen: Djenbou Balde tiene 8 hijos y ha sido expulsada de sus tierras por una empresa arrocera (Foto: Alianza por la Solidaridad)
¿Cómo se para esto?
En primer lugar, es necesario introducir la perspectiva de la coherencia de políticas en las inversiones en África. Las embajadas y las cámaras de comercio no pueden hacer la vista gorda antes los impactos sociales y ambientales de nuestras empresas aunque esto les dé beneficios.
Además, es necesario seguir trabajando en los países en leyes de tierras que promuevan en consentimiento de las comunidades afectadas antes de ceder las tierras a manos extranjeras. Y que se cumplan. Por otro lado, los tratados internacionales que afectan a las inversiones de empresas en adquisición de tierras deben contar con medidas punitivas en caso de vulneración de derechos. Hasta ahora, con lo que se cuenta es con directrices voluntarias.
Ser rentable es el objetivo principal de las empresas. Lo que no podemos permitir, como sociedad, es que el enriquecimiento de unos sea a costa de la pérdida de los derechos de otros.
Hoy, Día Internacional de los Derechos Humanos sería bueno recordar esta frase de Gandhi: "El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de algunos".
Puedes colaborar en la lucha contra el acaparamiento de tierras aquí: www.donatierras.org