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Violencia: yo también soy víctima

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Ese día lo recuerdo desde que abrí los ojos. Era un martes de lluvia y me desperté con dolor de cabeza. Me vestí a duras penas y salí a la calle, con idea de conversar con el encargado de mi edificio para poder organizar la mudanza. Al escuchar que estaba en su oficina, toqué la puerta con intención de verlo. Me dijo que pasara, entré, lo saludé y le comenté que me habría gustado hablar con antes con él, que me apenaba que no hubiera respondido a ninguno de mis mensajes y que el tiempo se acababa, porque tenía que salir ese mismo día. El señor, que estaba sentado, me miró serio y no dijo palabra. Se levantó, con su metro casi noventa, y se acercó a escasos centímetros de mi persona, al punto de incomodarme en mi posición. Mirándome a los ojos fijamente, me gritó diciendo que "él no había recibido mensaje alguno" y que yo, "como buena mujer, era una mentirosa".

No me moví. Le dije que necesitaba una respuesta de su parte y se rió de mí, acusándome de mentirle y de no saber qué estaba haciendo en esa oficina. Volví a quedarme helada, y le pedí una respuesta, porque debía mudarme. Me gritó una vez más, volvió a burlarse de mí, y le dije que era un maleducado.

En ese instante, uno de los encargados suplentes -quien seguramente escuchó el incidente o, mejor dicho, los gritos de este hombre- abrió la puerta para preguntarle por algo que no recuerdo. Encontré mi posibilidad de salir, y salí, casi corriendo.

Salí llena de bronca, de miedo y hasta con ganas de llorar. Tuve miedo a la violencia, y mi reacción fue quedarme inmóvil ante su agresión verbal. Los días subsiguientes fueron raros, porque había algo que me perturbaba. En principio, vergüenza de contarle a mis colegas del trabajo la situación que había vivido. Luego, tuve mucho miedo de volver a encontrármelo, puesto que para poder realizar la mudanza, debía hablar con este mismo señor. Por último, indignación y culpa. Pensé que quizá yo había utilizado un tono que no era educado para hablar con él, o que yo tendría que haber sido menos exigente.

Fue en ese instante en el que recordé muchas de las cuestiones sobre las que yo misma había escrito, que propuse e incluso recomendé en casos de violencia. Lo raro es que esta vez era yo la que sentía culpa y vergüenza de haber sido maltratada por un hombre. Es ahí donde comencé a comprender algunas cosas. No hay recetas. Incluso quienes nos sentimos feministas, combativas y todoterreno podemos ser víctimas de violencia y de maltrato por el solo hecho de ser mujeres. No importa dónde estemos, ni el título que tengamos, ni los idiomas que hablemos: a todas nos puede pasar.

Cuando estudiamos y vemos en los diarios que, en teoría, los mayores índices de violencia contra la mujer se da en las clases bajas, con mujeres que viven en condiciones mucho más vulnerables que la mía -a nivel económico y social-, estamos dejando de lado a un gran número de mujeres que no se animan a denunciar, que fueron abusadas o atacadas de alguna manera por algún hombre. Parece como si tener más diplomas no nos ayudara siempre a plantarnos frente a quienes nos tenemos que plantar, y a denunciar que hemos sido víctimas de violencia machista.

Yo, por mi parte, decidí denunciar a este hombre. Tengo testigos, pero más importante, me tengo a mí misma, y lo que me causó ese incidente, que espero no volver a tener con nadie.

Por eso, mujeres de América Latina y España, todas nosotras podemos pasar por algo así. En nuestros países existen mecanismos para poder denunciar no solo ante los organismos públicos que correspondan, sino también ante la sociedad civil y ante la prensa. Utilicemos las redes sociales, los medios alternativos. Hablemos.

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