El 17 de diciembre de 2014 puede calificarse sin duda de fecha histórica. Estados Unidos de América y Cuba ponen fin a su desencuentro después de más de 5 décadas de confrontación. El intercambio de presos marca el deshielo de las relaciones cubano-norteamericanas y el inicio del desmantelamiento del bloqueo más largo de la historia contemporánea. Desde Estados Unidos se ha constatado que la ignorancia y el castigo a la vecina Cuba trascendía a toda la región, y que las medidas eran ineficaces ante la resistencia de la población y de las autoridades cubanas. El propio presidente Obama ha calificado el embargo de fracaso político. El bloqueo ha dejado en Cuba un rastro de restricciones y sufrimiento que ha avejentado el rostro de la isla y sus posibilidades de desarrollo social y económico.
Creo que hoy estamos de enhorabuena no sólo los norteamericanos y los cubanos, sino todos aquellos que hemos defendido el diálogo y la concertación efectiva como medio de solucionar las diferencias. En este sentido, la labor discreta y eficaz de la Santa Sede, del Papa Francisco y del Cardenal Jaime Ortega merecen toda nuestra admiración y reconocimiento. Hoy podemos felicitarnos aquellos que apostamos por un diálogo directo y que entendimos que la posición común de la Unión Europea era un anacronismo contraproducente, y el bloqueo un arma de doble castigo para cubanos y norteamericanos. La visión de dos Estados vecinos viviendo en paz y cooperación comienza a encontrar su espacio. Los presidentes Obama y Castro han sorprendido a la comunidad internacional porque han ido más rápido de lo previsto y más allá de lo inimaginable hace tan solo unos meses.
Por la vinculación histórica de España y Europa con Cuba debemos estar satisfechos y contentos, y enterrar definitiva y ordenadamente la posición común, convertida en cadáver desde hace algunos años. Si se mira por el retrovisor de la historia, podemos constatar que los años de los Gobiernos de José María Aznar y de su política hacia a Cuba han supuesto un enorme fracaso para España, pues han representado un paréntesis en las relaciones hispano-cubanas que no se produjo ni en larga y oscura etapa del franquismo. Afortunadamente, el actual titular de Exteriores y de Cooperación, García-Margallo, ha visitado la isla hace unas semanas para verificar in situ su situación.
España, más allá de la manida marca España, debe acompañar este proceso y entenderlo como un modo de estar y no de competir en la isla, así como una oportunidad para revitalizar y actualizar nuestras relaciones políticas, sociales, culturales y económicas. Las declaraciones de los presidentes Castro y Obama me llenan de satisfacción porque, desde la modestia y el convencimiento, me identifico con aquellos que hemos contribuido al acercamiento de ambos países y, a impulsar la política del diálogo y la concertación efectiva.
Creo que hoy estamos de enhorabuena no sólo los norteamericanos y los cubanos, sino todos aquellos que hemos defendido el diálogo y la concertación efectiva como medio de solucionar las diferencias. En este sentido, la labor discreta y eficaz de la Santa Sede, del Papa Francisco y del Cardenal Jaime Ortega merecen toda nuestra admiración y reconocimiento. Hoy podemos felicitarnos aquellos que apostamos por un diálogo directo y que entendimos que la posición común de la Unión Europea era un anacronismo contraproducente, y el bloqueo un arma de doble castigo para cubanos y norteamericanos. La visión de dos Estados vecinos viviendo en paz y cooperación comienza a encontrar su espacio. Los presidentes Obama y Castro han sorprendido a la comunidad internacional porque han ido más rápido de lo previsto y más allá de lo inimaginable hace tan solo unos meses.
Por la vinculación histórica de España y Europa con Cuba debemos estar satisfechos y contentos, y enterrar definitiva y ordenadamente la posición común, convertida en cadáver desde hace algunos años. Si se mira por el retrovisor de la historia, podemos constatar que los años de los Gobiernos de José María Aznar y de su política hacia a Cuba han supuesto un enorme fracaso para España, pues han representado un paréntesis en las relaciones hispano-cubanas que no se produjo ni en larga y oscura etapa del franquismo. Afortunadamente, el actual titular de Exteriores y de Cooperación, García-Margallo, ha visitado la isla hace unas semanas para verificar in situ su situación.
España, más allá de la manida marca España, debe acompañar este proceso y entenderlo como un modo de estar y no de competir en la isla, así como una oportunidad para revitalizar y actualizar nuestras relaciones políticas, sociales, culturales y económicas. Las declaraciones de los presidentes Castro y Obama me llenan de satisfacción porque, desde la modestia y el convencimiento, me identifico con aquellos que hemos contribuido al acercamiento de ambos países y, a impulsar la política del diálogo y la concertación efectiva.