Tras medio siglo de desencuentros, cualquier apertura es histórica. Como en una película de espías, ha empezado con un intercambio de presos, pero el anuncio del desbloqueo entre Cuba y Estados Unidos se alimenta, de momento, más de titulares que de realidades.
¿Por qué ahora? Como buena parte de lo que sucede en la isla, este nuevo episodio se explica conjugando su verbo mágico, que allá le dicen "resolver". El cubano se ha acostumbrado a "resolver" a diario. "Total no estamos tan mal, sólo tenemos que responder cada día a tres preguntas: qué desayunar, qué comer y qué cenar". Resolver es lo que lleva haciendo Cuba el último medio siglo. Primero "resolvieron" con la Unión Soviética, más recientemente con Venezuela y ahora las circunstancias obligan a mirar a tan sólo 90 millas de distancia al odiado vecino del Norte. El castrismo siempre se ha alimentado de enemigos, reales o imaginarios, y sin el bloqueo, no será sencillo encontrar culpables a la escasez diaria.
"Debemos aprender a convivir", fue el único titular salvable del tedioso discurso de Raúl Castro, un anciano con uniforme militar esperando una guerra que nunca llega. Pero antes de abrirse al mundo, primero los cubanos deben aprender a convivir... entre ellos. Derribar los muros invisibles de la intransigencia y caminar hacia la democracia. Ése es el reto, y no es pequeño. Los Castro quieren morir en el poder y, cuando se produzca el inevitable "hecho biológico", quienes les apoyan lucharán por perpetuar el castrismo sin los Castro para no perder sus privilegios. Un complicado rompecabezas construido sobre un control obsesivo de la información que ha convertido a la isla en un gran hermano donde la delación es una forma de vida. El laberinto cubano al que encontrar una salida.
Desde Eisenhower a Obama, Fidel ha sobrevivido a once presidentes de Estados Unidos. Aprendió a soltar aire para que la caldera no explotara. En los 80, fue el éxodo de Mariel, y en los 90, la crisis de los balseros. Todo cubano que no supere los sesenta años de edad sólo recuerda haber vivido bajo la dinastía tropical de los Castro; tres generaciones esperando un cambio que no llega. Es lógico que en la isla duden si este anuncio traerá mejoras reales en su día a día, o es sólo una nueva maniobra de los dos hermanos octogenarios para ganar el tiempo que se les agota.
¿Por qué ahora? Como buena parte de lo que sucede en la isla, este nuevo episodio se explica conjugando su verbo mágico, que allá le dicen "resolver". El cubano se ha acostumbrado a "resolver" a diario. "Total no estamos tan mal, sólo tenemos que responder cada día a tres preguntas: qué desayunar, qué comer y qué cenar". Resolver es lo que lleva haciendo Cuba el último medio siglo. Primero "resolvieron" con la Unión Soviética, más recientemente con Venezuela y ahora las circunstancias obligan a mirar a tan sólo 90 millas de distancia al odiado vecino del Norte. El castrismo siempre se ha alimentado de enemigos, reales o imaginarios, y sin el bloqueo, no será sencillo encontrar culpables a la escasez diaria.
"Debemos aprender a convivir", fue el único titular salvable del tedioso discurso de Raúl Castro, un anciano con uniforme militar esperando una guerra que nunca llega. Pero antes de abrirse al mundo, primero los cubanos deben aprender a convivir... entre ellos. Derribar los muros invisibles de la intransigencia y caminar hacia la democracia. Ése es el reto, y no es pequeño. Los Castro quieren morir en el poder y, cuando se produzca el inevitable "hecho biológico", quienes les apoyan lucharán por perpetuar el castrismo sin los Castro para no perder sus privilegios. Un complicado rompecabezas construido sobre un control obsesivo de la información que ha convertido a la isla en un gran hermano donde la delación es una forma de vida. El laberinto cubano al que encontrar una salida.
Desde Eisenhower a Obama, Fidel ha sobrevivido a once presidentes de Estados Unidos. Aprendió a soltar aire para que la caldera no explotara. En los 80, fue el éxodo de Mariel, y en los 90, la crisis de los balseros. Todo cubano que no supere los sesenta años de edad sólo recuerda haber vivido bajo la dinastía tropical de los Castro; tres generaciones esperando un cambio que no llega. Es lógico que en la isla duden si este anuncio traerá mejoras reales en su día a día, o es sólo una nueva maniobra de los dos hermanos octogenarios para ganar el tiempo que se les agota.