Pronto hará quince años desde que, en septiembre de 2000, los 189 Estados Miembros, con 147 Jefes de Estado y de Gobierno, se reunieron en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para aprobar la Declaración del Milenio, en la que comprometieron a sus países con una nueva alianza mundial para reducir los niveles de extrema pobreza y establecieron los conocidos como ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, cuyo plazo de cumplimiento está fijado para el año 2015.
"Nos incumbe la responsabilidad colectiva de respetar y defender los principios de la dignidad humana, la igualdad y la equidad en el plano mundial. En nuestra calidad de dirigentes, tenemos, pues, un deber que cumplir respecto de todos los habitantes del planeta, en especial los más vulnerables y, en particular, los niños del mundo, a los que pertenece el futuro...".
Hace quince años, parecía difícil, pero no imposible. Había tiempo y voluntad...
Hace quince años. Así están las cosas hoy.
Sobre aquellos ocho Objetivos, se han conseguido algunos logros importantísimos, como reducir a la mitad la tasa de pobreza extrema. Todavía parece posible cumplir en 2015 el objetivo de erradicar el hambre (aún hay 842 millones de personas desnutridas en el mundo, más de 99 millones niños menores de cinco años). La propagación del VIH se ha estabilizado, y hay notables avances en la detención de la malaria y la tuberculosis. Además, la carga de la deuda ha disminuido para los países en vías de desarrollo y continúa muy por debajo de sus niveles históricos.
Pero en 2015 no vamos a lograr que todos los niños, y especialmente las niñas, puedan terminar la enseñanza primaria. Ni el empleo pleno y productivo, ni la eliminación de las desigualdades de género en la enseñanza, ni en el acceso al empleo y el salario, ni a los puestos de responsabilidad económica y política. La mortalidad infantil está disminuyendo, pero no lo bastante rápido como para alcanzar la meta. Tampoco se ha mejorado lo suficiente la tasa de mortalidad materna, ni en el acceso universal a la salud reproductiva: el progreso en el uso de métodos anticonceptivos por parte de las mujeres se ha ralentizado.
Y, para completar la lista de objetivos fallidos, la tasa de deforestación sigue siendo alarmantemente alta, no se ha alcanzado la meta de conservación de la biodiversidad, y el suministro de agua potable sigue siendo un desafío en muchas partes del mundo, con la mitad de la población de las regiones en vías de desarrollo carente de servicios sanitarios; además del incumplimiento de la meta de la ONU en ayudas oficiales (solo cinco países lo han logrado) y la gran brecha digital (Internet sigue siendo inaccesible para la mayoría de los habitantes del planeta).
Tras años de conferencias y cumbres de la ONU, todas las naciones del mundo y las instituciones de desarrollo más importantes lograron establecer en el año 2000 un plan que ha propiciado activación de recursos y acciones nunca vistas. Y acordar un fundamental compromiso de futuro. Ese futuro que pertenece a los niños.
Pero 2014, el año en que hemos celebrado el 25º aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, ha sido un año pavoroso para ellos.
UNICEF nos recuerda que 230 millones de niños viven en países y zonas afectadas por conflictos armados. Cifras aterradoras de niños desplazados, mutilados, ejecutados, secuestrados, torturados, reclutados, violados e incluso vendidos como esclavos. Testigos y víctimas de la malnutrición y la miseria. Niños empobrecidos o pobres de solemnidad, víctimas del hambre, la violencia y el abandono.
Hasta 300.000 niños y niñas en todo el mundo participan en grupos y fuerzas armadas como combatientes, cocineros, porteadores, mensajeros, espías o por motivos sexuales. Solo en Siria, Palestina, Irak, Ucrania, República Centroafricana y Sudán del Sur, se estima en 15 millones los niños atrapados en los conflictos, desplazados internos y refugiados. La mitad de ellos, en Siria. En Guinea, Liberia y Sierra Leona, el ébola ha dejado miles de niños huérfanos y a unos 5 millones fuera de la escuela. Además de los millones de niños afectados por las crisis prolongadas como las de Afganistán, República Democrática del Congo, Nigeria, Pakistán, Somalia, Sudán o Yemen, olvidadas o apenas asomadas a la actualidad a través de episodios terribles, como los brutales secuestros de Boko Haram o la reciente masacre talibán en la escuela de Peshawar.
Y, en el mundo desarrollado, la crisis económica ha arrastrado desde 2008 a 2,6 millones de niños a la pobreza en los 41 países más prósperos, lo que eleva a 76,5 millones los afectados por la pobreza infantil en el que conocemos como "primer mundo".
Sin duda, 2015 es el momento. La ONU ya tiene en marcha un ambicioso programa para dar continuidad a los logros obtenidos sobre los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio en los cinco y los quince años siguientes.
Los niños son Objetivos del Milenio. Y éste es el momento de actuar.
"Nos incumbe la responsabilidad colectiva de respetar y defender los principios de la dignidad humana, la igualdad y la equidad en el plano mundial. En nuestra calidad de dirigentes, tenemos, pues, un deber que cumplir respecto de todos los habitantes del planeta, en especial los más vulnerables y, en particular, los niños del mundo, a los que pertenece el futuro...".
Hace quince años, parecía difícil, pero no imposible. Había tiempo y voluntad...
Hace quince años. Así están las cosas hoy.
Sobre aquellos ocho Objetivos, se han conseguido algunos logros importantísimos, como reducir a la mitad la tasa de pobreza extrema. Todavía parece posible cumplir en 2015 el objetivo de erradicar el hambre (aún hay 842 millones de personas desnutridas en el mundo, más de 99 millones niños menores de cinco años). La propagación del VIH se ha estabilizado, y hay notables avances en la detención de la malaria y la tuberculosis. Además, la carga de la deuda ha disminuido para los países en vías de desarrollo y continúa muy por debajo de sus niveles históricos.
Pero en 2015 no vamos a lograr que todos los niños, y especialmente las niñas, puedan terminar la enseñanza primaria. Ni el empleo pleno y productivo, ni la eliminación de las desigualdades de género en la enseñanza, ni en el acceso al empleo y el salario, ni a los puestos de responsabilidad económica y política. La mortalidad infantil está disminuyendo, pero no lo bastante rápido como para alcanzar la meta. Tampoco se ha mejorado lo suficiente la tasa de mortalidad materna, ni en el acceso universal a la salud reproductiva: el progreso en el uso de métodos anticonceptivos por parte de las mujeres se ha ralentizado.
Y, para completar la lista de objetivos fallidos, la tasa de deforestación sigue siendo alarmantemente alta, no se ha alcanzado la meta de conservación de la biodiversidad, y el suministro de agua potable sigue siendo un desafío en muchas partes del mundo, con la mitad de la población de las regiones en vías de desarrollo carente de servicios sanitarios; además del incumplimiento de la meta de la ONU en ayudas oficiales (solo cinco países lo han logrado) y la gran brecha digital (Internet sigue siendo inaccesible para la mayoría de los habitantes del planeta).
Tras años de conferencias y cumbres de la ONU, todas las naciones del mundo y las instituciones de desarrollo más importantes lograron establecer en el año 2000 un plan que ha propiciado activación de recursos y acciones nunca vistas. Y acordar un fundamental compromiso de futuro. Ese futuro que pertenece a los niños.
Pero 2014, el año en que hemos celebrado el 25º aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, ha sido un año pavoroso para ellos.
UNICEF nos recuerda que 230 millones de niños viven en países y zonas afectadas por conflictos armados. Cifras aterradoras de niños desplazados, mutilados, ejecutados, secuestrados, torturados, reclutados, violados e incluso vendidos como esclavos. Testigos y víctimas de la malnutrición y la miseria. Niños empobrecidos o pobres de solemnidad, víctimas del hambre, la violencia y el abandono.
Hasta 300.000 niños y niñas en todo el mundo participan en grupos y fuerzas armadas como combatientes, cocineros, porteadores, mensajeros, espías o por motivos sexuales. Solo en Siria, Palestina, Irak, Ucrania, República Centroafricana y Sudán del Sur, se estima en 15 millones los niños atrapados en los conflictos, desplazados internos y refugiados. La mitad de ellos, en Siria. En Guinea, Liberia y Sierra Leona, el ébola ha dejado miles de niños huérfanos y a unos 5 millones fuera de la escuela. Además de los millones de niños afectados por las crisis prolongadas como las de Afganistán, República Democrática del Congo, Nigeria, Pakistán, Somalia, Sudán o Yemen, olvidadas o apenas asomadas a la actualidad a través de episodios terribles, como los brutales secuestros de Boko Haram o la reciente masacre talibán en la escuela de Peshawar.
Y, en el mundo desarrollado, la crisis económica ha arrastrado desde 2008 a 2,6 millones de niños a la pobreza en los 41 países más prósperos, lo que eleva a 76,5 millones los afectados por la pobreza infantil en el que conocemos como "primer mundo".
Sin duda, 2015 es el momento. La ONU ya tiene en marcha un ambicioso programa para dar continuidad a los logros obtenidos sobre los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio en los cinco y los quince años siguientes.
Los niños son Objetivos del Milenio. Y éste es el momento de actuar.