En un bosque del estado de Nueva York, protegida por una cascada, arde una llama eterna digna de una película de fantasía. Es el hogar de las especies de la flora más raras de los Estados Unidos, además de un fenómeno misterioso, un fuego de 20 centímetros de altura que consume alrededor de un kilo de gas diario. Según los investigadores el fuego prendió probablemente como consecuencia de una tormenta eléctrica que encendió la chispa y dio origen a la llama, hoy alimentada por combustible natural que llega a la superficie a través de las grietas que forman las fracturas naturales en las placas tectónicas. Pese a todo, hay quien no cree que el fluido natural fuera su origen y prefiere atribuir a acontecimientos sobrenaturales y un tanto irreales el misterio de la llama que nunca se apaga.
Se desconoce en el PSOE si su secretario general, Pedro Sánchez, es más de leyendas que de explicaciones científicas. Pero tan sólo seis meses después de su elección como "mandamás" del socialismo español, entre los cuadros dirigentes hay una creencia instalada que nada tiene que ver con fenómenos sobrenaturales, sino con la combustión natural de la corta pero errática andadura de Sánchez al frente del hasta hoy principal partido de la oposición.
La certeza es que la tea que prendió en el PSOE el pasado junio como consecuencia de la hecatombe electoral de las europeas sigue viva, y que a su número uno no le queda más que sucumbir al misterio o aceptar sin más la explicación científica del mismo. El caso es que la tormenta político-institucional que encendió en junio la chispa de la posible candidatura a la Presidencia del Gobierno de Susana Díaz brilla de nuevo. O mejor dicho: quienes creyeron que era ella la única solución para el moribundo PSOE hoy la avivan con fuerza.
Y si el final de 2014 fue prolijo en reuniones discretas y contactos secretos en los que se clamó contra la fallida estrategia de la actual dirección, la falta de consistencia y preparación de su líder y la inexorable implosión hacia la que transita el PSOE, en los primeros días de 2015 la sucesión de llamadas a la responsabilidad de un partido centenario para evitar la tragedia electoral que llegará con las elecciones de mayo es infinita. Todo pese a que el secretario general hizo intentos en la última semana del pasado año por reconstruir con quienes ayudaron a subirle al podio y hoy le repudian. Se vio con Zapatero para darle una explicación de su enmienda pública a la reforma del 135 de la Constitución; pidió auxilio a un Felipe González al que vilipendió en su propia cara en el aniversario del congreso de Suresnes cuando se conjuró para acabar con las puertas giratorias; se entrevistó con Rubalcaba, después de haberle despreciado; telefoneó a Susana Díaz para pedirle consejo; llamó sin demasiado éxito a los secretarios generales para que cerrarán filas con su candidatura a la Presidencia del Gobierno... Todo baldío. La respuesta fue unívoca. Nadie le ve como futuro candidato por más que él haya dado por hecho en estos meses que así será después de unas primarias para las que no veía competidor dispuesto a arrebatarle la meta. Y así se lo han hecho con mayor o menor claridad todos, uno tras otro.
Así que Sánchez, que lleva camino de convertirse en "Pedro el breve", tiene asumido ya dos hechos que serán irrefutables tras las elecciones de mayo: uno, que el resultado de las municipales y autonómicas le será imputado y dos, que en el caso de mantener su propósito de presentarse a las primarias, tendrá adversario/a. Y ese/a podría ser la todopoderosa presidenta de Andalucía. El secretario general ha acusado el golpe asestado por los cuadros dirigentes y, desde que Susana Díaz se distanciara públicamente de su estrategia de comunicación y jugara en diciembre con la metáfora del tren y la estación para no descartar su desembarco en la política nacional, la inseguridad de Sánchez es, si cabe, mayor que la exhibida hasta ahora.
No ha entrado en 2015 con buen pie. Dos encuestas adversas que confirman que el PSOE sigue en caída libre y que su liderazgo no cuaja -una en la Cadena Ser y otra en El País-; una reunión de Grupo Parlamentario a la que quiso dar solemnidad de Comité Federal -pese a convocarla en el Congreso de los Diputados- y en la que lejos de remontar el vuelo con un discurso político potente, se hundió más; una iniciativa presentada a bombo y platillo para mutualizar la deuda pública en la UE que no consultó con ningún líder de la socialdemocracia europea y que pasó sin pena ni gloria; un encuentro con el economista de moda, Thomas Piketty, que al día siguiente daba una válvula de oxígeno al líder de Podemos, Pablo Iglesias, al comulgar con algunas de sus propuestas económicas; una carrera por llegar a tiempo a la embajada de Francia a la concentración en repulsa por el atentado contra el semanario satírico "Charlie Hebdo" y para la que el PSOE había coordinado la presencia de Zapatero y no la suya...
Lo peor de la semana, con todo, la radiografía de contraste Susana Díaz. Si la presidenta de Andalucía trabajó con éxito en diciembre para reconstruir los puentes que rompió tras el congreso federal de julio -incluido un Rubalcaba al que telefoneó el día antes de entrevistarse con Mariano Rajoy en La Moncloa-, e intensificó su intercambio de pareceres con algunos tótem del partido, hoy está empeñada en reconstruir un socialismo a la deriva y en que en este primer semestre la ciudadanía escuche más voces del socialismo que las que habitualmente se oyen en radio y televisión de una dirección federal a la que pocos reconocen talla o volumen.
La suya se pudo oír el sábado por la noche durante más de una hora de entrevista en La Sexta Noche. Y el contraste con la de Pedro Sánchez, a juzgar por el eco del constante zumbido del PSOE, no dejó lugar a la duda: seriedad frente a frivolidad; firmeza frente a inconsistencia; trascendencia frente a superficialidad; fuerza frente a debilidad; sentido común frente a ocurrencia...
Díaz no se postuló, pero tampoco se autodescartó; elogió el talento de Elena Valenciano o Eduardo Madina -con quienes hoy mantiene una comunicación más que fluida-, se conjuró para dejarse la piel ante las elecciones de mayo. Y lanzó un aviso a navegantes: "Las primarias no pueden ser una competición entre perdedores". Los suyos dicen que se refería a que la consulta no puede ser consecuencia del resultado de las municipales, sino un instrumento movilizador con el que revitalizar el PSOE, pero la frase puede esconder más mensajes. Que cada cual saque sus conclusiones, pero es obvio que la llama de Susana Díaz, como la del Chestnut Ridge Park del estado de Nueva York, no se apaga y que en el PSOE, como en aquel bosque encantado, habitan las especies más raras.
Se desconoce en el PSOE si su secretario general, Pedro Sánchez, es más de leyendas que de explicaciones científicas. Pero tan sólo seis meses después de su elección como "mandamás" del socialismo español, entre los cuadros dirigentes hay una creencia instalada que nada tiene que ver con fenómenos sobrenaturales, sino con la combustión natural de la corta pero errática andadura de Sánchez al frente del hasta hoy principal partido de la oposición.
La certeza es que la tea que prendió en el PSOE el pasado junio como consecuencia de la hecatombe electoral de las europeas sigue viva, y que a su número uno no le queda más que sucumbir al misterio o aceptar sin más la explicación científica del mismo. El caso es que la tormenta político-institucional que encendió en junio la chispa de la posible candidatura a la Presidencia del Gobierno de Susana Díaz brilla de nuevo. O mejor dicho: quienes creyeron que era ella la única solución para el moribundo PSOE hoy la avivan con fuerza.
Y si el final de 2014 fue prolijo en reuniones discretas y contactos secretos en los que se clamó contra la fallida estrategia de la actual dirección, la falta de consistencia y preparación de su líder y la inexorable implosión hacia la que transita el PSOE, en los primeros días de 2015 la sucesión de llamadas a la responsabilidad de un partido centenario para evitar la tragedia electoral que llegará con las elecciones de mayo es infinita. Todo pese a que el secretario general hizo intentos en la última semana del pasado año por reconstruir con quienes ayudaron a subirle al podio y hoy le repudian. Se vio con Zapatero para darle una explicación de su enmienda pública a la reforma del 135 de la Constitución; pidió auxilio a un Felipe González al que vilipendió en su propia cara en el aniversario del congreso de Suresnes cuando se conjuró para acabar con las puertas giratorias; se entrevistó con Rubalcaba, después de haberle despreciado; telefoneó a Susana Díaz para pedirle consejo; llamó sin demasiado éxito a los secretarios generales para que cerrarán filas con su candidatura a la Presidencia del Gobierno... Todo baldío. La respuesta fue unívoca. Nadie le ve como futuro candidato por más que él haya dado por hecho en estos meses que así será después de unas primarias para las que no veía competidor dispuesto a arrebatarle la meta. Y así se lo han hecho con mayor o menor claridad todos, uno tras otro.
Así que Sánchez, que lleva camino de convertirse en "Pedro el breve", tiene asumido ya dos hechos que serán irrefutables tras las elecciones de mayo: uno, que el resultado de las municipales y autonómicas le será imputado y dos, que en el caso de mantener su propósito de presentarse a las primarias, tendrá adversario/a. Y ese/a podría ser la todopoderosa presidenta de Andalucía. El secretario general ha acusado el golpe asestado por los cuadros dirigentes y, desde que Susana Díaz se distanciara públicamente de su estrategia de comunicación y jugara en diciembre con la metáfora del tren y la estación para no descartar su desembarco en la política nacional, la inseguridad de Sánchez es, si cabe, mayor que la exhibida hasta ahora.
No ha entrado en 2015 con buen pie. Dos encuestas adversas que confirman que el PSOE sigue en caída libre y que su liderazgo no cuaja -una en la Cadena Ser y otra en El País-; una reunión de Grupo Parlamentario a la que quiso dar solemnidad de Comité Federal -pese a convocarla en el Congreso de los Diputados- y en la que lejos de remontar el vuelo con un discurso político potente, se hundió más; una iniciativa presentada a bombo y platillo para mutualizar la deuda pública en la UE que no consultó con ningún líder de la socialdemocracia europea y que pasó sin pena ni gloria; un encuentro con el economista de moda, Thomas Piketty, que al día siguiente daba una válvula de oxígeno al líder de Podemos, Pablo Iglesias, al comulgar con algunas de sus propuestas económicas; una carrera por llegar a tiempo a la embajada de Francia a la concentración en repulsa por el atentado contra el semanario satírico "Charlie Hebdo" y para la que el PSOE había coordinado la presencia de Zapatero y no la suya...
Lo peor de la semana, con todo, la radiografía de contraste Susana Díaz. Si la presidenta de Andalucía trabajó con éxito en diciembre para reconstruir los puentes que rompió tras el congreso federal de julio -incluido un Rubalcaba al que telefoneó el día antes de entrevistarse con Mariano Rajoy en La Moncloa-, e intensificó su intercambio de pareceres con algunos tótem del partido, hoy está empeñada en reconstruir un socialismo a la deriva y en que en este primer semestre la ciudadanía escuche más voces del socialismo que las que habitualmente se oyen en radio y televisión de una dirección federal a la que pocos reconocen talla o volumen.
La suya se pudo oír el sábado por la noche durante más de una hora de entrevista en La Sexta Noche. Y el contraste con la de Pedro Sánchez, a juzgar por el eco del constante zumbido del PSOE, no dejó lugar a la duda: seriedad frente a frivolidad; firmeza frente a inconsistencia; trascendencia frente a superficialidad; fuerza frente a debilidad; sentido común frente a ocurrencia...
Díaz no se postuló, pero tampoco se autodescartó; elogió el talento de Elena Valenciano o Eduardo Madina -con quienes hoy mantiene una comunicación más que fluida-, se conjuró para dejarse la piel ante las elecciones de mayo. Y lanzó un aviso a navegantes: "Las primarias no pueden ser una competición entre perdedores". Los suyos dicen que se refería a que la consulta no puede ser consecuencia del resultado de las municipales, sino un instrumento movilizador con el que revitalizar el PSOE, pero la frase puede esconder más mensajes. Que cada cual saque sus conclusiones, pero es obvio que la llama de Susana Díaz, como la del Chestnut Ridge Park del estado de Nueva York, no se apaga y que en el PSOE, como en aquel bosque encantado, habitan las especies más raras.