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Tiempo de silencio

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Casualidad o no, justo esta semana que acabó ayer y fue de plena ebullición para el PSOE, se cumplían 51 años de la muerte de Luis Martín-Santos, aquél escritor y psiquiatra español que perdió la vida en un accidente de tráfico del que se dijo de todo. Unos que se había suicidado porque cuando su coche se estrelló contra un camión en Vitoria su mujer acababa de morir también en circunstancias extrañas; otros que fue un crimen y que los servicios secretos del franquismo eliminaron al que fuera, además de médico y novelista, destacado miembro del PSOE en la clandestinidad. Hipótesis esta última que quedó sepultada de inmediato, pese a que hubo quienes aseguraron que de no haber fallecido a los 39 años el autor de "Tiempo de silencio" habría dirigido el PSOE, el clan vasco habría desplazado al sevillano y Felipe González nunca hubiera sido lo que es hoy para España y para el socialismo.

Pero como bien escribió el propio novelista en "Tiempo de destrucción", la que iba a ser su segunda novela, "Revolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor que los muertos se acostumbren a estar muertos?". Pues eso. Nada mejor para estos días que las sabias palabras de un socialista que pese a tener cierta tendencia a la autodestrucción y estar deprimido, simplemente murió porque la noche anterior había dormido poco y bebido mucho. No fue un suicida, pero sí un imprudente.

Y eso es precisamente, imprudencia, lo que se les achaca a aquellos que como José Luis Rodríguez Zapatero o José Bono lo fueron todo para el socialismo y hoy, desde su aparente retiro, pretenden entre bambalinas enmendar el error cometido. Porque un yerro consideran ellos mismos el apoyo incondicional que en julio dieron a la candidatura de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE. De ahí los movimientos que se les atribuye a ambos, pero también a otros, para acelerar un nuevo proceso de cambio en el liderato del partido. Y de ahí también las múltiples lecturas del almuerzo que el ex presidente del Gobierno y su ex ministro de Defensa celebraron en el domicilio madrileño del segundo, a espaldas de Pedro Sánchez, con Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, y con Emiliano García-Page de convidado de piedra.

La explosiva y secreta cita que adelantó en exclusiva el Huffington Post ha levantado ampollas en el partido, en especial entre los bisoños inquilinos de la calle Ferraz que no aciertan a entender el por qué del desapego de quienes fueron sus principales valedores hace tan sólo seis meses. El por qué hay que buscarlo, sin duda, en los desatinos de Sánchez, pero también en el incontestable liderazgo de Susana Díaz en Andalucía y, sobre todo, en el Partido Socialista. Una cosa y la otra han hecho que el secretario general no sepa por dónde le sopla el viento; que todos especulen con la posibilidad de que la todopoderosa presidenta andaluza desembarque en Madrid más pronto que tarde y que la ansiedad se haya vuelto a instalar en un partido tan dado a la depresión como a la euforia. En este contexto y no en otro hay que enmarcar las interpretaciones de las entusiastas palabras de Zapatero en la Cadena Ser sobre Susana Díaz y sus parcas referencias a un Sánchez ya sentenciado para la inmensa mayoría de los cuadros dirigentes.

El ex presidente Zapatero está acostumbrado a que le aticen porque sí y porque no, pero esta vez le han dado más leña que nunca los suyos por la cita con Pablo Iglesias y por su exaltación pública de la figura de Susana Díaz. Tanto es así que ha decidido meterse en el "congelador" un tiempo hasta que amaine la tormenta y contribuir a que los muertos, como diría, Luis Martín Santos, se acostumbren a estar muertos. Porque de nada sirve ya preguntarse si Madina hubiera cauterizado la herida por la que se desangra el PSOE; si el ascenso de Podemos no hubiera sido tal si el vasco hubiera sumado su potencial político a la arrolladora fuerza de Díaz o si Rubalcaba no hubiera sucumbido a las presiones orgánicas para acelerar su relevo.

Ni el diputado vasco ganó aquél cainita congreso, ni la presidenta de Andalucía decidió entonces cruzar Despeñaperros, ni el cántabro hubiera aguantado más embestidas de las que ya llevaba desde que se impuso a la Carme Chacón en el cónclave de Sevilla. Así que, en efecto, revolver el pasado sólo conduce a la melancolía. Y la más interesada ahora en que cejen los enredos es la propia Susana Díaz, que hoy mismo anunciará la disolución del Parlamento andaluz y la convocatoria anticipada de elecciones en aquella Comunidad, casi con seguridad, para el 22 de marzo. En su entorno reconocen que involuntariamente Zapatero le hizo un flaco favor con la glorificación pública de sus cualidades políticas porque favoreció que algunos dieran por descontado su disposición a arrebatar el liderato a Sánchez y que le movían sólo intereses partidistas.

Así que la "reina del sur" ha decidido "coger el tren", pero el de Andalucía, acabar con la inestabilidad de un Gobierno al que sus socios pretendían examinar con un referéndum entre sus militantes y poner en evidencia la deslealtad de IU, cuyo candidato a las generales, Alberto Garzón, no ha dejado pasar una oportunidad de cargar contra los socialistas andaluces en lugar de poner en valor los logros del Ejecutivo en materia social en tiempos de crisis. Todo esto sin perder de vista que Podemos no ha logrado en Andalucía la penetración que en otros territorios, y que las encuestas otorgan al PSOE más de diez puntos de diferencia con el PP de Juan Manuel Moreno.

Susana Díaz quiere ganar las elecciones y ganarlas bien y ha pedido a los suyos que no distraigan un segundo la atención de ese objetivo. Quiere el foco lejos de las peleas internas porque un buen resultado en Andalucía el próximo marzo sitúa al PSOE en condiciones óptimas para competir en las autonómicas de mayo. Esa es su intención, y su mejor baza. El resultado de las andaluzas supondrá para los socialistas un revulsivo del que saldrán beneficiados, más allá de las intrigas palaciegas de las últimas semanas. Y la artífice habrá sido ella, y no Pedro Sánchez. Lo que venga a partir de mayo, se verá. Pero en lo que respecta al lío interno, y para soslayar el "Tiempo de destrucción", ahora toca un "Tiempo de silencio".

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