Elefante africano, Port Elizabeth, Sudáfrica. Foto: JJ/MI.
Se suele confundir la libertad con hacer lo que uno quiera. Nada más lejos de la realidad. Para ser libre no hay que buscar sólo el beneficio o la satisfacción inmediatos, hay que discernir bien qué cosas nos perjudican y cuáles nos benefician, y aprender cómo salir de unas y llegar a las otras. Una persona con una adicción o alguien que cree que sentirse superior a los demás le dará la felicidad, por ejemplo, aunque haga lo que quiera, en realidad no será libre, está condicionado, obligado. Por lo tanto, no está en paz consigo mismo y sufre.
Cuando uno emprende una aventura, como tener un hijo, o cambiar de ciudad de residencia, o iniciar un nuevo proyecto laboral, o un viaje sin rumbo fijo..., la incertidumbre respecto al curso de los acontecimientos y al futuro aumenta considerablemente. Sin embargo, cuanto menor es el temor a la incertidumbre, mayor es la alegría y la sensación de libertad.
Planear, sí, tratar de controlar, no
Abordar las circunstancias de la vida tratando de controlar o planificar en exceso lo que va a ocurrir puede darnos una aparente sensación de seguridad, pero el sentimiento de libertad y la alegría se verán mermadas.
Una cierta planificación, con sentido común, puede ser necesaria e inteligente. Pero los movimientos psicológicos que tratan de controlar el futuro denotan que hay un miedo a los cambios. Este miedo y sus efectos, el control, la manipulación..., embotarán irremediablemente los sentimientos y el gozo de vivir. El temor coarta la libertad, son incompatibles.
Lo opuesto al temor no es el riesgo
Arriesgar, poner en riesgo la integridad física o psicológica, se lleva a cabo negando el sentido del peligro y el miedo. La verdadera valentía no es actuar pese al miedo, reprimiéndolo, sino actuar con sentido del peligro, pero sin miedo.
Cuando alguien se pone en riesgo y no le ocurre nada, suele sentir una reacción psicológica emocional que podríamos denominar euforia, la popular "descarga de adrenalina". Esta euforia, que no es un sentimiento de libertad real, se debe a que la persona cree íntimamente que ha superado el miedo. En realidad, lo ha pasado por encima, lo ha reprimido.
Suele ocurrir que esta represión del temor amortigua la capacidad de sentir, tanto lo malo como lo bueno, y suele desembocar en una persecución de nuevas sensaciones de euforia. Cuanto más se repita el proceso, mayor embotamiento y mayor adicción a las sensaciones fuertes. Este proceso no es algo que criticar ni juzgar, sino que comprender, porque, como cualquier otra adicción, acaba produciendo sufrimiento.
La clave es aprender a resolver el miedo
Hasta que el temor sea comprendido y, por tanto, resuelto, en muchas situaciones de la vida no quedará más remedio que actuar a pesar del miedo, actuar de la manera más inteligente posible sin dañar ni dañarnos. Pero actuar con temor supone estrés, sufrimiento y, o bien los miedos van creciendo, o bien crece la insensibilidad y el tedio en la vida.
En cambio, cuando uno comprende que el temor no debe ser reprimido -ni debe uno dejarse arrastrar por él, porque ambas actitudes perjudican-, tomará el camino que realmente beneficia: aprender a resolver los temores escondidos bajo el convencimiento, la represión y el miedo al miedo.
Este proceder, aprender a resolver el miedo, aumenta el sentimiento de alegría, de vitalidad, el gozo y disfrute de la vida; conduce hacia un verdadero sentimiento de libertad, de unión y afecto de unos con otros.