Cuando Neymar llegó en verano de 2013, Cruyff criticó aquello de "poner dos jefes en un mismo barco" por su posible mala relación con Messi; y un año más tarde concluyó que el fichaje de Suárez suponía un problema para el juego de combinación del equipo.
No le faltaban argumentos al holandés volador, pero se le escapó que ambos jugadores entendieron rápidamente que no tenía sentido competir con Messi por el trono de mejor jugador. El argentino es y será el número uno hasta que él quiera, y tanto Neymar como Suárez han mostrado siempre un respeto reverencial al diez azulgrana. A David Villa, máximo goleador de La Roja, también le avisaron de que no tenía ningún sentido rivalizar a goles con La Pulga. Entre la indefinición y la versatilidad del equipo, solo hay un elemento incuestionable: el trono de Leo.
Precisamente por la posición complementaria que Neymar y Suárez deben mantener, ambos no disimulan su rivalidad por el premio al mejor secundario. Brasileño y uruguayo actúan de un modo muy diferente si en medio de una jugada colectiva interviene Messi o no. Con el argentino, se muestran generosos; sin él, aparece el afán de protagonismo. Aparece el aspirante reprimido. El querer y no poder.
Empieza a ser demasiado habitual una tendencia, aunque no alarmante, algo ególatra. En el caso de Neymar, el jugador se ahoga en un sinfín de gestos técnicos exhibicionistas que ralentizan el ritmo del equipo cuando las cosas no le salen bien a la primera. En Suárez se aprecia cierta ansiedad para convertirse en importante, consciente de su inferior capacidad asociativa. El problema es su incapacidad de buscar alternativas cuando huelen el gol, en una especie de búsqueda del camino más corto a la reivindicación personal. El Camp Nou empieza a reconocer algunos aspavientos mutuos cuando la jugada acaba de forma individual y sin éxito. Cosas de la tensión y la propia competición, dirán. Quizás, pero con Messi de por medio, todo el mundo calla.
Aspirar a ser el mejor secundario no es fácil, sobre todo si uno se ha sentido como Messi en un pasado tan cercano. Neymar es el referente único en Brasil y al mismísimo presidente Mújica se le fue la boca para defender a Suárez en el pasado Mundial. Vestidos de azulgrana, nunca podrán sentirse igual por el simple hecho de tener al verdadero Messi en la taquilla de al lado.
Si la temporada acaba en fracaso, Cruyff volverá a salir para recordar por qué le llamaban El Profeta del Gol y criticar la composición de la plantilla: Suárez no era un fichaje necesario y la cresta de Neymar no cuajaba con el plumaje de Leo. Si en cambio, Liga o Champions se quedan en Barcelona, nadie dudará en reclamar el próximo Balón de Oro para Messi. ¿Y del resto? Que sí, que son muy buenos y que el mérito es del colectivo. E incluso que sin sus compañeros, Messi no estaría en el atril, pero por favor, déjense de historias, que el argentino estrena traje y empieza su discurso: "Gracias Ney. Gracias Luis".
No le faltaban argumentos al holandés volador, pero se le escapó que ambos jugadores entendieron rápidamente que no tenía sentido competir con Messi por el trono de mejor jugador. El argentino es y será el número uno hasta que él quiera, y tanto Neymar como Suárez han mostrado siempre un respeto reverencial al diez azulgrana. A David Villa, máximo goleador de La Roja, también le avisaron de que no tenía ningún sentido rivalizar a goles con La Pulga. Entre la indefinición y la versatilidad del equipo, solo hay un elemento incuestionable: el trono de Leo.
Precisamente por la posición complementaria que Neymar y Suárez deben mantener, ambos no disimulan su rivalidad por el premio al mejor secundario. Brasileño y uruguayo actúan de un modo muy diferente si en medio de una jugada colectiva interviene Messi o no. Con el argentino, se muestran generosos; sin él, aparece el afán de protagonismo. Aparece el aspirante reprimido. El querer y no poder.
Empieza a ser demasiado habitual una tendencia, aunque no alarmante, algo ególatra. En el caso de Neymar, el jugador se ahoga en un sinfín de gestos técnicos exhibicionistas que ralentizan el ritmo del equipo cuando las cosas no le salen bien a la primera. En Suárez se aprecia cierta ansiedad para convertirse en importante, consciente de su inferior capacidad asociativa. El problema es su incapacidad de buscar alternativas cuando huelen el gol, en una especie de búsqueda del camino más corto a la reivindicación personal. El Camp Nou empieza a reconocer algunos aspavientos mutuos cuando la jugada acaba de forma individual y sin éxito. Cosas de la tensión y la propia competición, dirán. Quizás, pero con Messi de por medio, todo el mundo calla.
Aspirar a ser el mejor secundario no es fácil, sobre todo si uno se ha sentido como Messi en un pasado tan cercano. Neymar es el referente único en Brasil y al mismísimo presidente Mújica se le fue la boca para defender a Suárez en el pasado Mundial. Vestidos de azulgrana, nunca podrán sentirse igual por el simple hecho de tener al verdadero Messi en la taquilla de al lado.
Si la temporada acaba en fracaso, Cruyff volverá a salir para recordar por qué le llamaban El Profeta del Gol y criticar la composición de la plantilla: Suárez no era un fichaje necesario y la cresta de Neymar no cuajaba con el plumaje de Leo. Si en cambio, Liga o Champions se quedan en Barcelona, nadie dudará en reclamar el próximo Balón de Oro para Messi. ¿Y del resto? Que sí, que son muy buenos y que el mérito es del colectivo. E incluso que sin sus compañeros, Messi no estaría en el atril, pero por favor, déjense de historias, que el argentino estrena traje y empieza su discurso: "Gracias Ney. Gracias Luis".