Hubo un día en el que mantenía mi casa en condiciones. Lavaba los platos, doblaba la ropa, organizaba los armarios y hacía bien la cama.
Ahora, los platos están apilados como si el fregadero fuese un cubo de basura. La colada se queda tanto tiempo en el cesto que la ropa se arruga hasta el punto de tener que volver a lavarla. Mi cama parece la de un estudiante adolescente (sin ofender). Hacer la cama los sábados se considera un lujo.
Hubo un día en el que asociaba pasarlo bien al hecho de salir. Las noches de viernes en casa eran aburridas. Nunca quedábamos para cenar antes de las 9 y siempre acabábamos bebiendo y bailando en cualquier sitio con amigos.
Ahora, los viernes consisten en quitarme los zapatos, ponerme unas mallas, pedir comida a domicilio y, con suerte, aguantar despiertos hasta las once y media.
Hubo un día en el que montaba un drama por la presentación. La decoración de mi casa cambiaba con cada estación. Hasta en las reuniones más informales creaba menús temáticos ideados para la ocasión, con la vajilla de plástico a juego.
Ahora me considero excesivamente festiva cuando pongo mi nueva bandera primaveral en el jardín. Hace dos semanas, seguía teniendo los adornos otoñales puestos...
Hubo un día en el que sacaba tiempo para mí misma. Iba a la peluquería para darme el tinte, me hacían la manicura, iba un poco de compras (o un mucho) y siempre se me iba el tiempo del fin de semana haciendo lo que quería.
Ahora digo que ha sido un buen día cuando no llevo el moño deshecho o si llevo las dos piernas depiladas (sí, cuando tengo prisa se me olvida pasarme la cuchilla por la otra pierna). Y si he sacado tiempo para limarme las uñas y depilarme las cejas, me siento como si hubiera ido al spa.
Esto es lo que la maternidad ha supuesto para mí. La maternidad me ha convertido en otra persona. En alguien a quien, a menudo, no reconozco. La maternidad se llevó mi antiguo yo y lo revolucionó. Sacudió el suelo sobre el que me sostenía.
La maternidad hizo de mí una persona casera, amante de la pizza, que cambiaría salir una noche de punta en blanco por una tarde de peli y chándal en el sofá, con mi bebé en brazos.
Como veis, antes de ser madre, la mujer que fui se preocupaba por todas las cosas. Pero eso es lo único que son: cosas. Todo lo que definía a la mujer que un día fui se centraba en las percepciones. No creo que fuera egoísta. Simplemente, no conocía algo diferente o mejor.
La maternidad me dio la capacidad de vivir con más sencillez y con un amor más profundo. Me permitió ver las cosas con perspectiva y descubrir lo que es importante. La maternidad me dijo: "El fregadero puede esperar, pero tu bebé seguirá creciendo si no te relajas y vives el momento". La maternidad me hizo apreciar lo que tenía y no lo que quería.
Esto es lo que la maternidad me hizo... y creo que me gusta.
Este post apareció originalmente en backwardsnhighheels.com
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.
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Ahora, los platos están apilados como si el fregadero fuese un cubo de basura. La colada se queda tanto tiempo en el cesto que la ropa se arruga hasta el punto de tener que volver a lavarla. Mi cama parece la de un estudiante adolescente (sin ofender). Hacer la cama los sábados se considera un lujo.
Hubo un día en el que asociaba pasarlo bien al hecho de salir. Las noches de viernes en casa eran aburridas. Nunca quedábamos para cenar antes de las 9 y siempre acabábamos bebiendo y bailando en cualquier sitio con amigos.
Ahora, los viernes consisten en quitarme los zapatos, ponerme unas mallas, pedir comida a domicilio y, con suerte, aguantar despiertos hasta las once y media.
Hubo un día en el que montaba un drama por la presentación. La decoración de mi casa cambiaba con cada estación. Hasta en las reuniones más informales creaba menús temáticos ideados para la ocasión, con la vajilla de plástico a juego.
Ahora me considero excesivamente festiva cuando pongo mi nueva bandera primaveral en el jardín. Hace dos semanas, seguía teniendo los adornos otoñales puestos...
Hubo un día en el que sacaba tiempo para mí misma. Iba a la peluquería para darme el tinte, me hacían la manicura, iba un poco de compras (o un mucho) y siempre se me iba el tiempo del fin de semana haciendo lo que quería.
Ahora digo que ha sido un buen día cuando no llevo el moño deshecho o si llevo las dos piernas depiladas (sí, cuando tengo prisa se me olvida pasarme la cuchilla por la otra pierna). Y si he sacado tiempo para limarme las uñas y depilarme las cejas, me siento como si hubiera ido al spa.
Esto es lo que la maternidad ha supuesto para mí. La maternidad me ha convertido en otra persona. En alguien a quien, a menudo, no reconozco. La maternidad se llevó mi antiguo yo y lo revolucionó. Sacudió el suelo sobre el que me sostenía.
La maternidad hizo de mí una persona casera, amante de la pizza, que cambiaría salir una noche de punta en blanco por una tarde de peli y chándal en el sofá, con mi bebé en brazos.
Como veis, antes de ser madre, la mujer que fui se preocupaba por todas las cosas. Pero eso es lo único que son: cosas. Todo lo que definía a la mujer que un día fui se centraba en las percepciones. No creo que fuera egoísta. Simplemente, no conocía algo diferente o mejor.
La maternidad me dio la capacidad de vivir con más sencillez y con un amor más profundo. Me permitió ver las cosas con perspectiva y descubrir lo que es importante. La maternidad me dijo: "El fregadero puede esperar, pero tu bebé seguirá creciendo si no te relajas y vives el momento". La maternidad me hizo apreciar lo que tenía y no lo que quería.
Esto es lo que la maternidad me hizo... y creo que me gusta.
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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.
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