En estos días de convulsión política, en los que cae el guardián de las esencias de Podemos, se desintegra UPyD, se desangra el PP y Ciudadanos trata de contener a sus bases ante los pactos con Susana Díaz, el socialismo tampoco logra la calma. Sus aguas bajan revueltas ante la inminente cita con las urnas, y quien no está preso de la necesidad, que diría Eduardo Galeano, está preso del miedo: "Unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las que tienen". En este caso los "unos" podrían ser los "susanistas" y los otros, los "pedristas".
No hay lealtades, ni afectos, ni proyecto colectivo que les una. Sólo desconfianza, maniobras subterráneas e incomprensibles alianzas entre vencedores y vencidos de anteriores batallas que llegan a creer, como Maquiavelo, que el fin justifica los medios y que de cuando en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos. Y, ante ello, sólo los que barruntan las consecuencias del cisma se preguntan: ¿Hay alguien ahí que piense en el PSOE y no en sí mismo? Hay dudas.
De momento, nadie ha sido capaz de poner fin a la guerra -cada vez más abierta- que libran la dirección federal y la federación andaluza. Lo intentó hace meses Felipe González, y lejos de conseguir su objetivo no ha hecho más que aumentar las hostilidades entre bandos como consecuencia del apoyo del otrora presidente del Gobierno a Sánchez, la defenestración pública de Chaves y Griñán para allanar el camino de la investidura de Díaz y un diseño de la campaña del secretario general en clave orgánica, y no electoral.
Así es como, a unos días de la campaña electoral, ha aumentado la aversión entre los partidarios de acabar cuanto antes con el liderazgo fallido de Pedro Sánchez y los que no creen que las circunstancias permitan otra candidatura a la Presidencia del Gobierno distinta a la del actual secretario general del PSOE. En medio de la escaramuza, la perplejidad de cientos de candidatos a alcalde que presienten la factura que la división interna les pasará en las urnas y la preocupación de una docena de barones a quienes se les pide adhesión inquebrantable a una de las dos trincheras.
El caso es que la bomba de neutrones que caerá seguro sobre el PSOE aguarda dos fechas. La primera, el próximo jueves, cuando se prevé que sea investida presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. No está del todo cerrado, pero casi. Los socialistas andaluces dan por hecho que su jefa de filas contará en segunda vuelta con la necesaria mayoría simple. Lo contrario, creen, abocaría a una nueva convocatoria electoral que hundiría en las urnas a los responsables del bloqueo institucional y llevaría al PSOE a la mayoría absoluta que no logró el pasado 22 de marzo.
Una vez investida presidenta de la Junta, Díaz estará preparada para el cuerpo a cuerpo con Sánchez a partir del 24 de mayo. Y es que aunque públicamente ha jurado y perjurado que se quedará en Andalucía, quienes militan en el "susanismo" activo sostienen que no ha abandonado su idea de dar la batalla para apartar al secretario general de la pista y que ya avanza posiciones. El relato y la forma en que construya la alternativa que barrunta no están claros. Todo dependerá de las proporciones de la hecatombe electoral, pero si como señalan los sondeos el PSOE se queda en el 20 por ciento de los votos y en algunos territorios pasa a ser tercera fuerza política, por detrás de Ciudadanos o Podemos, la guerra está asegurada. En todo caso comienza a cobrar fuerza la idea de que ante ese escenario, la jugada de Díaz pasaría, no ya por competir en las primarias de julio, sino por forzar la convocatoria urgente de un congreso federal en el que ella misma competiría por la Secretaría General. Del candidato ya se hablaría en función de si Mariano Rajoy agota la Legislatura o adelanta a septiembre y de la estabilidad o no que Díaz logre con un gobierno que tendrá que hacer encaje de bolillos para sacar adelante cualquier iniciativa en el Parlamento andaluz. Pero para entonces el control del partido ya estaría en manos de la federación más poderosa del PSOE.
El esbozo que pintan en la dirección federal no tiene nada que ver con el de las encuestas. Están convencidos de que el voto reflexivo se impondrá, pese a la pujanza de los partidos emergentes; que el PSOE será primera fuerza en Asturias y Extremadura; que el mapa electoral, aun teñido de azul la noche del 24, tornará al rojo en junio con las alianzas de gobierno en Castilla-La Mancha, Valencia y Madrid y que ante ese panorama no habrá quién se atreva a pedir la cabeza de Pedro Sánchez ni a medirse con él ni en unas primarias ni en un congreso. "El partido quiere un ciclo de estabilidad. La militancia está con el secretario general y aquél/aquella que quiera competir tendrá que adecuar bien su fuerza para que no se le vuelva en contra". Así se expresan los de Sánchez, muy seguros después de la decapitación de Tomás Gomez. Tanto que avisan a navegantes: "Con esta dirección es más fácil disolver la federación andaluza que forzar un congreso federal tras el 24-M".
Este es el discurso para la galería, porque de puertas para dentro cualquier movimiento por mínimo que sea de Susana Díaz desata la inquietud en Ferraz en un momento en el que las encuestas dan al PSOE entre ocho y diez puntos menos que el porcentaje por el que se forzó la dimisión de Rubalcaba tras las europeas del año pasado. El último ataque de nervios tuvo lugar el pasado viernes, cuando la dirección federal supo de un viaje de Susana Díaz a Villafranca de los Barros, provincia de Badajoz, para recoger un premio otorgado por la federación pacense. Los de Sánchez interpretaron que con el traslado a Extremadura la presidenta de Andalucía buscaba la complicidad de Guillermo Fernández Vara, el único barón que, junto con el asturiano Javier Fernández, apoyó a Eduardo Madina en el último congreso y, sin embargo, hoy profesa lealtad absoluta al secretario general. Que el extremeño reconozca el incuestionable y arrollador liderazgo de la andaluza no significa que valide ninguna operación para desbancar a Sánchez. E idem se puede decir del secretario general de los asturianos, con quien Díaz coincidirá en Oviedo el próximo día 14. Ambos reconocen la debilidad y la inconsistencia del actual liderazgo socialista frente a la potencia política de la andaluza, pero respetarán como nadie eso que González llamó "cultura de partido" para pedir apoyo al secretario general elegido hace apenas un año.
En medio de ambos, reaparece estos días el nombre del hasta ahora silente y casi invisible Eduardo Madina, y no precisamente para bien, después de que se supiera que hizo de acompañante de Susana Díaz durante su controvertido acto en Badajoz, en el que él no aparecía en el elenco. Incluso siendo ésta una federación que se volcó en su candidatura hace un año, ni sus más firmes partidarios han entendido que Madina viajara desde Sevilla a Extremadura en el coche de la baronesa e hiciera ostentación pública de su conchabanza con quien mas contribuyó a su derrota el pasado julio. En su descargo unos dicen que su negativa durante meses a cultivar un espacio político propio le obliga ahora a usar el hueco que le permita Susana Díaz; otros que es la presidenta de Andalucía la que se aprovecha de él para blanquear sus movimientos y que lo importante no es que fuera a Badajoz, sino que ella se lo pidiera...
En todo caso, la mayoría coincide en que de no medir bien sus pasos, podría perder la dignidad con la que perdió frente a Sánchez y el respeto que le profesa la militancia si esta sospechara, erróneamente o no, que lo que le mueve es su aversión al secretario general y no la construcción de un proyecto de país que devuelva al PSOE su vocación de mayoría. Pero ya se sabe: en política, la dignidad es una extraña palabra.
No hay lealtades, ni afectos, ni proyecto colectivo que les una. Sólo desconfianza, maniobras subterráneas e incomprensibles alianzas entre vencedores y vencidos de anteriores batallas que llegan a creer, como Maquiavelo, que el fin justifica los medios y que de cuando en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos. Y, ante ello, sólo los que barruntan las consecuencias del cisma se preguntan: ¿Hay alguien ahí que piense en el PSOE y no en sí mismo? Hay dudas.
De momento, nadie ha sido capaz de poner fin a la guerra -cada vez más abierta- que libran la dirección federal y la federación andaluza. Lo intentó hace meses Felipe González, y lejos de conseguir su objetivo no ha hecho más que aumentar las hostilidades entre bandos como consecuencia del apoyo del otrora presidente del Gobierno a Sánchez, la defenestración pública de Chaves y Griñán para allanar el camino de la investidura de Díaz y un diseño de la campaña del secretario general en clave orgánica, y no electoral.
Así es como, a unos días de la campaña electoral, ha aumentado la aversión entre los partidarios de acabar cuanto antes con el liderazgo fallido de Pedro Sánchez y los que no creen que las circunstancias permitan otra candidatura a la Presidencia del Gobierno distinta a la del actual secretario general del PSOE. En medio de la escaramuza, la perplejidad de cientos de candidatos a alcalde que presienten la factura que la división interna les pasará en las urnas y la preocupación de una docena de barones a quienes se les pide adhesión inquebrantable a una de las dos trincheras.
El caso es que la bomba de neutrones que caerá seguro sobre el PSOE aguarda dos fechas. La primera, el próximo jueves, cuando se prevé que sea investida presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. No está del todo cerrado, pero casi. Los socialistas andaluces dan por hecho que su jefa de filas contará en segunda vuelta con la necesaria mayoría simple. Lo contrario, creen, abocaría a una nueva convocatoria electoral que hundiría en las urnas a los responsables del bloqueo institucional y llevaría al PSOE a la mayoría absoluta que no logró el pasado 22 de marzo.
Una vez investida presidenta de la Junta, Díaz estará preparada para el cuerpo a cuerpo con Sánchez a partir del 24 de mayo. Y es que aunque públicamente ha jurado y perjurado que se quedará en Andalucía, quienes militan en el "susanismo" activo sostienen que no ha abandonado su idea de dar la batalla para apartar al secretario general de la pista y que ya avanza posiciones. El relato y la forma en que construya la alternativa que barrunta no están claros. Todo dependerá de las proporciones de la hecatombe electoral, pero si como señalan los sondeos el PSOE se queda en el 20 por ciento de los votos y en algunos territorios pasa a ser tercera fuerza política, por detrás de Ciudadanos o Podemos, la guerra está asegurada. En todo caso comienza a cobrar fuerza la idea de que ante ese escenario, la jugada de Díaz pasaría, no ya por competir en las primarias de julio, sino por forzar la convocatoria urgente de un congreso federal en el que ella misma competiría por la Secretaría General. Del candidato ya se hablaría en función de si Mariano Rajoy agota la Legislatura o adelanta a septiembre y de la estabilidad o no que Díaz logre con un gobierno que tendrá que hacer encaje de bolillos para sacar adelante cualquier iniciativa en el Parlamento andaluz. Pero para entonces el control del partido ya estaría en manos de la federación más poderosa del PSOE.
El esbozo que pintan en la dirección federal no tiene nada que ver con el de las encuestas. Están convencidos de que el voto reflexivo se impondrá, pese a la pujanza de los partidos emergentes; que el PSOE será primera fuerza en Asturias y Extremadura; que el mapa electoral, aun teñido de azul la noche del 24, tornará al rojo en junio con las alianzas de gobierno en Castilla-La Mancha, Valencia y Madrid y que ante ese panorama no habrá quién se atreva a pedir la cabeza de Pedro Sánchez ni a medirse con él ni en unas primarias ni en un congreso. "El partido quiere un ciclo de estabilidad. La militancia está con el secretario general y aquél/aquella que quiera competir tendrá que adecuar bien su fuerza para que no se le vuelva en contra". Así se expresan los de Sánchez, muy seguros después de la decapitación de Tomás Gomez. Tanto que avisan a navegantes: "Con esta dirección es más fácil disolver la federación andaluza que forzar un congreso federal tras el 24-M".
Este es el discurso para la galería, porque de puertas para dentro cualquier movimiento por mínimo que sea de Susana Díaz desata la inquietud en Ferraz en un momento en el que las encuestas dan al PSOE entre ocho y diez puntos menos que el porcentaje por el que se forzó la dimisión de Rubalcaba tras las europeas del año pasado. El último ataque de nervios tuvo lugar el pasado viernes, cuando la dirección federal supo de un viaje de Susana Díaz a Villafranca de los Barros, provincia de Badajoz, para recoger un premio otorgado por la federación pacense. Los de Sánchez interpretaron que con el traslado a Extremadura la presidenta de Andalucía buscaba la complicidad de Guillermo Fernández Vara, el único barón que, junto con el asturiano Javier Fernández, apoyó a Eduardo Madina en el último congreso y, sin embargo, hoy profesa lealtad absoluta al secretario general. Que el extremeño reconozca el incuestionable y arrollador liderazgo de la andaluza no significa que valide ninguna operación para desbancar a Sánchez. E idem se puede decir del secretario general de los asturianos, con quien Díaz coincidirá en Oviedo el próximo día 14. Ambos reconocen la debilidad y la inconsistencia del actual liderazgo socialista frente a la potencia política de la andaluza, pero respetarán como nadie eso que González llamó "cultura de partido" para pedir apoyo al secretario general elegido hace apenas un año.
En medio de ambos, reaparece estos días el nombre del hasta ahora silente y casi invisible Eduardo Madina, y no precisamente para bien, después de que se supiera que hizo de acompañante de Susana Díaz durante su controvertido acto en Badajoz, en el que él no aparecía en el elenco. Incluso siendo ésta una federación que se volcó en su candidatura hace un año, ni sus más firmes partidarios han entendido que Madina viajara desde Sevilla a Extremadura en el coche de la baronesa e hiciera ostentación pública de su conchabanza con quien mas contribuyó a su derrota el pasado julio. En su descargo unos dicen que su negativa durante meses a cultivar un espacio político propio le obliga ahora a usar el hueco que le permita Susana Díaz; otros que es la presidenta de Andalucía la que se aprovecha de él para blanquear sus movimientos y que lo importante no es que fuera a Badajoz, sino que ella se lo pidiera...
En todo caso, la mayoría coincide en que de no medir bien sus pasos, podría perder la dignidad con la que perdió frente a Sánchez y el respeto que le profesa la militancia si esta sospechara, erróneamente o no, que lo que le mueve es su aversión al secretario general y no la construcción de un proyecto de país que devuelva al PSOE su vocación de mayoría. Pero ya se sabe: en política, la dignidad es una extraña palabra.