Randy Schekman, premio Nobel de Medicina 2013, ha criticado duramente las dictadura de las revistas científicas de mayor impacto -Nature, Science, Cell...- , revistas en las que los investigadores explican en sus artículos (en el argot científico internacional: papers) cómo han llegado a los resultados que hacen avanzar el conocimiento científico, o sea la metodología científica que han utilizado, paso a paso, para establecer su descubrimiento o demostración. Schekman considera que no juegan limpio y que no todo lo que publican es realmente relevante. El tema ya ha sido tratado anteriormente en esta sección: "Las calamidades de las revistas científicas de renombre".
Es cierto que estas revistas, con la connivencia de los periodistas especializados en ciencias y de las enormes posibilidades de diseminación urbi et orbi que brindan las tecnologías de la información y la comunicación, han inflado una auténtica burbuja comunicativa con el objetivo de alcanzar una notoriedad no sólo científica -como correspondería a la finalidad fundamental de estas revistas-, sino también en la opinión pública a través de los medios de comunicación de masas. Schekman no es el primero que plantea este problema, pero seguramente sí que lo ha efectuado con mayor contundencia y visibilidad al hacer coincidir su denuncia pública con el solemne acto de recepción del premio Nobel.
Es bastante evidente que todo lo que publican Nature, Science, Cell, ... no siempre resulta relevante desde el punto de vista estrictamente científico, sino que en muchas ocasiones se busca el impacto mediático. Para ello se ha desarrollado en los últimos tiempos, y gracias a las posibilidades de internet y el email, un sistema de interacción con los periodistas científicos de todo el mundo en el que las revistas actúan como auténticas agencias de prensa de sus propios contenidos inundando las redacciones de comunicados de prensa (press releases) en los que se explican las mil y una maravillas del avance científico, induciendo además en muchos casos una cierta espectacularización de la información, que no siempre es sólo atribuible a los periodistas sino que ya tiene su origen en la propia revista. Y todo ello, no hay duda, con el fin último de buscar el beneficio puro y duro.
El problema de fondo -y es el que plantea Schekman- es si las revistas en cuestión seleccionan sus artículos por estrictos criterios de validez y excelencia científica o si utilizan también criterios editoriales de oportunidad e impacto público, conocedoras de que los periodistas van a actuar -consciente o inconscientemente- como auténticos altavoces y portavoces de su publicaciones, muy a menudo utilizando la conocida apostilla de "...según publica la prestigiosa revista...".
En el fondo, todo ello no nos debería sorprender... Philip Campbell, actual director-editor de la revista Nature, ya lo dejó en realidad muy claro cuando al asumir el cargo -heredado del mítico John Maddox- escribió en su primer editorial (Postcript from a new hand, 14 de diciembre 1995) que "Nature continuará persiguiendo la excelencia científica y el impacto periodístico con vigorosa independencia". Este doble objetivo, ¿es realmente compatible?
Es cierto que estas revistas, con la connivencia de los periodistas especializados en ciencias y de las enormes posibilidades de diseminación urbi et orbi que brindan las tecnologías de la información y la comunicación, han inflado una auténtica burbuja comunicativa con el objetivo de alcanzar una notoriedad no sólo científica -como correspondería a la finalidad fundamental de estas revistas-, sino también en la opinión pública a través de los medios de comunicación de masas. Schekman no es el primero que plantea este problema, pero seguramente sí que lo ha efectuado con mayor contundencia y visibilidad al hacer coincidir su denuncia pública con el solemne acto de recepción del premio Nobel.
Es bastante evidente que todo lo que publican Nature, Science, Cell, ... no siempre resulta relevante desde el punto de vista estrictamente científico, sino que en muchas ocasiones se busca el impacto mediático. Para ello se ha desarrollado en los últimos tiempos, y gracias a las posibilidades de internet y el email, un sistema de interacción con los periodistas científicos de todo el mundo en el que las revistas actúan como auténticas agencias de prensa de sus propios contenidos inundando las redacciones de comunicados de prensa (press releases) en los que se explican las mil y una maravillas del avance científico, induciendo además en muchos casos una cierta espectacularización de la información, que no siempre es sólo atribuible a los periodistas sino que ya tiene su origen en la propia revista. Y todo ello, no hay duda, con el fin último de buscar el beneficio puro y duro.
El problema de fondo -y es el que plantea Schekman- es si las revistas en cuestión seleccionan sus artículos por estrictos criterios de validez y excelencia científica o si utilizan también criterios editoriales de oportunidad e impacto público, conocedoras de que los periodistas van a actuar -consciente o inconscientemente- como auténticos altavoces y portavoces de su publicaciones, muy a menudo utilizando la conocida apostilla de "...según publica la prestigiosa revista...".
En el fondo, todo ello no nos debería sorprender... Philip Campbell, actual director-editor de la revista Nature, ya lo dejó en realidad muy claro cuando al asumir el cargo -heredado del mítico John Maddox- escribió en su primer editorial (Postcript from a new hand, 14 de diciembre 1995) que "Nature continuará persiguiendo la excelencia científica y el impacto periodístico con vigorosa independencia". Este doble objetivo, ¿es realmente compatible?