Al contrario de lo que nos gustaría, ni los médicos ni los investigadores -ni los que aglutinamos ambas figuras- disponemos de una bola de cristal. Así, predecir el futuro de la cardiología para los próximos diez años es una tarea imposible. Pero sobre lo que sí puedo escribir es sobre lo que a mí me gustaría que fuera el estado de la cardiología dentro de una década y de qué herramientas disponemos para conseguirlo.
En primer lugar, desearía que en diez años las enfermedades cardiovasculares no fueran la primera causa de mortalidad y de ingresos hospitalarios tanto en los países ricos como en los que están en vías de desarrollo. Podría decir que esto va a suceder porque se va a descubrir la píldora mágica que acabe con el colesterol, la hipertensión, que quite las ganas de fumar a los adictos, que nos obligue a hacer deporte, en definitiva, que elimine los seis factores de riesgo modificables conocidos. Pero no. No es eso lo que va a suceder.
Y la realidad es que tampoco sería una buena noticia que esto pasara. Lo que yo espero que suceda en la próxima década es que seamos cada vez más corresponsables de nuestra salud, que nos preocupemos por nuestro riesgo cardiovascular y que reduzcamos las posibilidades de sufrir un evento de este tipo.
Y creo que es realista pensar que las cosas pueden cambiar para bien en este sentido, mediante iniciativas de promoción de la salud como las que se están llevando a cabo ahora y cuyo impacto se verá reflejado precisamente cuando pasen algunos años. Así, el programa para educar a los niños en promoción a la salud -En España se denomina SI, pero también están en marcha en Colombia y en breve va a estarlo en EEUU- ya ha demostrado conseguir cambios significativos en la conducta de los más pequeños. Estos niños, que estarán cercanos a la edad adulta dentro de 10 años, serán individuos con menos riesgo cardiovascular, por lo que no es utópico pensar que la prevalencia de la patología pueda cambiar gracias a nosotros mismos.
Por supuesto, creo que en la próxima década seremos testigos de avances en investigación y clínicos absolutamente relevantes. Algunos ya empezamos a vislumbrarlos. Tomemos, por ejemplo, el caso de la detección precoz. Es un hecho conocido que la enfermedad cardiovascular tarda en dar síntomas, de ahí su sobrenombre, la epidemia silenciosa. Pues bien, es casi una obligación por nuestra parte quitarle esa condición silente a la patología y lograr que se pueda detectar en estadios precoces, cuando las arterias apenas hayan empezado a acumular sustancias dañinas -la placa de ateroma, el fenómeno conocido como aterosclerosis- y aún se pueda revertir ese efecto, bien con intervenciones terapéuticas o de conducta. Y será, precisamente, aproximadamente dentro de una década cuando tengamos los resultados más interesantes de nuestro proyecto PESA -CNIC- Santander, una ambiciosa iniciativa que consiste en el análisis de casi 5.000 individuos aparentemente sanos a los que se ha sometido a innovadores pruebas para saber si padecen enfermedad subclínica. Los primeros datos indican que esto sucede, y esperamos en diez años saber correlacionar esta patología preclínica con conductas de riesgo, biomarcadores, etc... Todo para poder detectar antes al asesino silencioso.
También en una decena de años espero haber contribuido a la solución de otro de los grandes problemas que asuelan a la cardiología actual y del que, por desgracia, no se habla mucho.
La situación podría parecer extremadamente simple: si una persona sufre un infarto de
miocardio y sobrevive, tiene que cuidarse. Estos cuidados, aparte de los lógicos cambios en el estilo de vida, implican consumir a diario una medicación. Desde fuera, cualquiera diría: "¿Cómo no tomarla?", pero la realidad es bien distinta.
Se ha detectado en numerosos estudios que un gran porcentaje de esta población no toma los fármacos necesarios para prevenir un segundo evento cardiovascular. No lo hacen debido a varias razones. Tomar tres o cuatro pastillas todos los días no es plato de gusto para nadie, y mucho menos si uno se siente invulnerable, una cualidad que compartimos los seres humanos y que ha hecho mucho daño a nuestra salud cardiovascular.
Por esta razón, desarrollamos la polipíldora cardiovascular, que combina en una sola pastilla tres principios activos de prevención secundaria. Aunque esto es ya una realidad, dentro de diez años sabremos cómo ha influido esta herramienta en la mortalidad. Gracias al estudio SECURE, que comienza en breve, sabremos si es verdad nuestra hipótesis: que las muertes por enfermedad cardiovascular se reducirán porque la gente tomará mejor y más a menudo sus tratamientos, al ser más simple y más económico.
En definitiva, el futuro de la salud cardiovascular es más halagüeño ahora que hace unos años. Con el cambio de mentalidad que supone dejar de centrarse sólo en la enfermedad para comenzar con la promoción de la salud, la integración del estudio de la enfermedad cardiovascular con las patologías del cerebro y el desarrollo de las herramientas adecuadas en las omicas, la imagen y la regeneración tisular, tengo la esperanza de que cuando The Huffington Post cumpla 20 años, la enfermedad coronaria será un problema mucho menos acuciante de lo que lo es hoy en día. Sin duda, estamos trabajando para conseguirlo.
Este artículo fue escrito con motivo de la celebración del décimo aniversario de la edición estadounidense de 'The Huffington Post'
En primer lugar, desearía que en diez años las enfermedades cardiovasculares no fueran la primera causa de mortalidad y de ingresos hospitalarios tanto en los países ricos como en los que están en vías de desarrollo. Podría decir que esto va a suceder porque se va a descubrir la píldora mágica que acabe con el colesterol, la hipertensión, que quite las ganas de fumar a los adictos, que nos obligue a hacer deporte, en definitiva, que elimine los seis factores de riesgo modificables conocidos. Pero no. No es eso lo que va a suceder.
Y la realidad es que tampoco sería una buena noticia que esto pasara. Lo que yo espero que suceda en la próxima década es que seamos cada vez más corresponsables de nuestra salud, que nos preocupemos por nuestro riesgo cardiovascular y que reduzcamos las posibilidades de sufrir un evento de este tipo.
Y creo que es realista pensar que las cosas pueden cambiar para bien en este sentido, mediante iniciativas de promoción de la salud como las que se están llevando a cabo ahora y cuyo impacto se verá reflejado precisamente cuando pasen algunos años. Así, el programa para educar a los niños en promoción a la salud -En España se denomina SI, pero también están en marcha en Colombia y en breve va a estarlo en EEUU- ya ha demostrado conseguir cambios significativos en la conducta de los más pequeños. Estos niños, que estarán cercanos a la edad adulta dentro de 10 años, serán individuos con menos riesgo cardiovascular, por lo que no es utópico pensar que la prevalencia de la patología pueda cambiar gracias a nosotros mismos.
Por supuesto, creo que en la próxima década seremos testigos de avances en investigación y clínicos absolutamente relevantes. Algunos ya empezamos a vislumbrarlos. Tomemos, por ejemplo, el caso de la detección precoz. Es un hecho conocido que la enfermedad cardiovascular tarda en dar síntomas, de ahí su sobrenombre, la epidemia silenciosa. Pues bien, es casi una obligación por nuestra parte quitarle esa condición silente a la patología y lograr que se pueda detectar en estadios precoces, cuando las arterias apenas hayan empezado a acumular sustancias dañinas -la placa de ateroma, el fenómeno conocido como aterosclerosis- y aún se pueda revertir ese efecto, bien con intervenciones terapéuticas o de conducta. Y será, precisamente, aproximadamente dentro de una década cuando tengamos los resultados más interesantes de nuestro proyecto PESA -CNIC- Santander, una ambiciosa iniciativa que consiste en el análisis de casi 5.000 individuos aparentemente sanos a los que se ha sometido a innovadores pruebas para saber si padecen enfermedad subclínica. Los primeros datos indican que esto sucede, y esperamos en diez años saber correlacionar esta patología preclínica con conductas de riesgo, biomarcadores, etc... Todo para poder detectar antes al asesino silencioso.
También en una decena de años espero haber contribuido a la solución de otro de los grandes problemas que asuelan a la cardiología actual y del que, por desgracia, no se habla mucho.
La situación podría parecer extremadamente simple: si una persona sufre un infarto de
miocardio y sobrevive, tiene que cuidarse. Estos cuidados, aparte de los lógicos cambios en el estilo de vida, implican consumir a diario una medicación. Desde fuera, cualquiera diría: "¿Cómo no tomarla?", pero la realidad es bien distinta.
Se ha detectado en numerosos estudios que un gran porcentaje de esta población no toma los fármacos necesarios para prevenir un segundo evento cardiovascular. No lo hacen debido a varias razones. Tomar tres o cuatro pastillas todos los días no es plato de gusto para nadie, y mucho menos si uno se siente invulnerable, una cualidad que compartimos los seres humanos y que ha hecho mucho daño a nuestra salud cardiovascular.
Por esta razón, desarrollamos la polipíldora cardiovascular, que combina en una sola pastilla tres principios activos de prevención secundaria. Aunque esto es ya una realidad, dentro de diez años sabremos cómo ha influido esta herramienta en la mortalidad. Gracias al estudio SECURE, que comienza en breve, sabremos si es verdad nuestra hipótesis: que las muertes por enfermedad cardiovascular se reducirán porque la gente tomará mejor y más a menudo sus tratamientos, al ser más simple y más económico.
En definitiva, el futuro de la salud cardiovascular es más halagüeño ahora que hace unos años. Con el cambio de mentalidad que supone dejar de centrarse sólo en la enfermedad para comenzar con la promoción de la salud, la integración del estudio de la enfermedad cardiovascular con las patologías del cerebro y el desarrollo de las herramientas adecuadas en las omicas, la imagen y la regeneración tisular, tengo la esperanza de que cuando The Huffington Post cumpla 20 años, la enfermedad coronaria será un problema mucho menos acuciante de lo que lo es hoy en día. Sin duda, estamos trabajando para conseguirlo.
Este artículo fue escrito con motivo de la celebración del décimo aniversario de la edición estadounidense de 'The Huffington Post'