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Y Penélope resistió los 22 días de corralito sin una queja

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Han pasado más de quince días desde el 5 de julio, el domingo que Penélope Tyraki votó no con las dos manos en el referéndum convocado por Tsipras, tal y como se había jurado a sí misma, a sus diez hijos y a sus 17 nietos. Ha soportado los 22 días de corralito sin una queja, porque a una niña que sobrevivió al encierro en una iglesia de Creta donde los nazis les iban a quemar no se la doblega.

A una adolescente que pasó la hambruna de los años 40 y soportó la guerra civil entre griegos que sembró la II Guerra Mundial, Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas de Angela Merkel, no la atemoriza. Penélope se lo repite cada día a los suyos. Para ella, Schäuble es el demonio alemán que, en el imaginario colectivo de la sociedad griega, evoca la ocupación nazi, y no hay quien la apee de esa realidad que sigue viva en su memoria setenta años después.

Aunque los extranjeros adviertan a la señora Tyraki que lo de hablar del nazismo devalúa sus testimonios ante un amplio sector de la clase política -es demagogia, argumentan- y de los jóvenes, hartos de batallas de la abuela, Penélope pasa por encima de los convencionalismos y lo políticamente correcto en Bruselas: "Nadie va a borrar de mi memoria lo que viví y lo que veo que nos están haciendo ahora. Están dispuestos a robarnos todo. El problema está en la globalización, que permite a los más grandes destruir países chicos, como Grecia".

Una anciana de 85 años que habla de ¡globalización! Pues sí, su hijo Manolis Tyraki ha traducido perfectamente el término, porque Penélope es una autodidacta que no desperdició los muchos años que tuvo que encuadernar y coser libros. Sigue los informativos de absolutamente todas las cadenas griegas y alimenta una relación muy viva con una parte de sus 17 nietos, que la mantienen en forma y "perfecta de cabeza", reconoce su hijo.

DEL 'OXI' AL 'SÍ' A LOS ACREEDORES


El domingo, 5 de julio, la señora Tyraki se desplazó más de 70 kilómetros de Atenas para depositar su OXI, un gran OXI -NO- al contenido de la propuesta que la Unión Europea hacía para Grecia, insostenible bajo el punto de vista del Gobierno de Syriza, que llamó al no en el referéndum con un éxito que nadie había previsto, el 61%.

La alegría duró poco entre los griegos, que vieron cómo en unos días, su sublevación papeleta en mano se convertía en un auténtico fiasco, una derrota humillante y asumida por Alexis Tsipras, ese primer ministro que, al volver a Atenas, no dimitió, sino que da la batalla por sacar adelante un tercer rescate imposible, destinado al fracaso y, en opinión de muchos expertos de todas las tendencias, a sacar a Grecia del euro, como desea y repite cada día Schäuble. Eso sí, mejor que se vayan de la UE a petición del propio pueblo griego.

Lo sorprendente es que, pese a todos estos acontecimientos y a la traición de Tsipras para muchos de los griegos, Penélope sigue discutiendo con sus hijos - los que votaron y los que votaron no- y no cree en la bajada de pantalones del joven primer ministro de Syriza. Lo confirma por charla telefónica desde el pueblecito adonde fue a votar hace veinte días y donde se quedó a aguantar el verano. Uno de sus hijos hace de traductor.

VOTO DE CONFIANZA A TSIPRAS

"No quiero juzgar deprisa, pese a que hayan hecho lo contrario de lo que voté. Veo todas las teles y escucho a todos. Cada vez es más difícil informarse. Abro un canal y dicen una cosa, paso al otro y dicen otra. Unos hablan de la catástrofe que esto supone y otros de que están en el buen camino. Pienso y espero. A mí, ningún político me dio nunca nada, solo me quitaron. No quiero verlos más ni escuchar más. No es que esté defendiendo a Tsipras, pero me gustaría que le dejaran gobernar, para ver qué pasa. Y sin embargo, no me gustaría que tuviera que echar a Zoé Konstantopoulou. O que ella se fuera".


Una vez más, los deseos de Penélope no van a ser fáciles. Konstatopoulou, la carismática presidenta del Parlamento griego, puede convertirse en la china más puntiaguda del zapato de Tsipras, su peor contrincante. Para un sector de los griegos, más importante incluso que la oposición del exministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, es lo que haga Zoé. Hace cinco días que la presidenta del Parlamento -que no presidió la sesión ni votó el tercer rescate- se despachó en un encendido discurso ante la cámara, tildando el acuerdo de "genocidio social" para Grecia.

Pero la señora Tyraki no se para en detalles en la bronca entre los políticos griegos, sólo piensa en recordar a sus hijos y nietos que el enemigo está afuera, de nuevo viene del Norte, y ahora quiere "robarnos todo de modo aparentemente legal. Los puertos, los aeropuertos, nuestro patrimonio. Pero también podemos vendérselo a los chinos y a los rusos antes de que nos lo roben los de allá".

Para Penélope, los de allá son los de Bruselas y Berlín, precisamente aquellos a los que Grecia exportó hace dos milenios y medio su razón de ser como democracia y continente y que ahora quieren destrozarlos. Y de ahí no la van a sacar: "Yo les conozco, recuerdo cómo son y no me fío, no lo quiero. Los chinos ya son dueños de El Pireo, exploremos otros caminos".

Ha terminado el corralito el lunes, sí, pero la resistencia de la señora Tyraki no ha finalizado. Ni uno sólo de los días que ha durado el cierre de los bancos se ha quejado. Penélope debe de formar parte de la Grecia con la que no empatizan los ministros de Finanzas de la UE o la señora Merkel. Pero, ¿para qué pensar en naderías como la memoria de la vieja Penélope, cuando tienen la sartén por el mango? Quizá porque en esa sartén se fríe hasta achicharrarlos a unos ciudadanos que hace tiempo que sólo cuentan como números.

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