Con el verano ha irrumpido en la escena teatral un llamativo grupo de brigadistas internacionales por la libertad de Grecia, del que forman parte conocidos (iba a decir reconocidos, pero mejor no) economistas norteamericanos como Krugman, Stiglitz y, según acabamos de saber, James Kenneth Galbraith, hijo de su padre, mundialmente famoso.
Si desde el primer momento ha estado claro que el euro no concita precisamente simpatía en amplios círculos de la dirección política y económica de los Estados Unidos, no deja de llamar la atención la profunda animadversión que la moneda única suscita en ciertos ambientes académicos de ese país, representados por los tres profesores citados, entre otros.
Por supuesto que es admisible, en el marco del debate de ideas, que Krugman y Stiglitz se hayan dedicado durante semanas en junio y julio a anunciar la muerte del euro y apoyar de forma militante al primer Alexis, el que convocó el referéndum del 5 de julio para ganarlo y luego perderlo.
Según ellos, lo mejor que podía hacer Grecia era irse de la moneda única y surcar, libre y feliz, las aguas de un futuro económico prometedor retornando al añorado dracma. Claro, que se olvidaban de detallitos tales como que el Estado quebraría a velocidad de vértigo, dejando de prestar los servicios esenciales que le corresponden (sanidad, educación) y de pagar a los pensionistas, los desempleados y los funcionarios, o que los salarios y los ahorros de los griegos pasarían a valer, por ejemplo, un 50% menos. Nada, pelillos a la mar...
Pero lo que no lo es tanto es que, al parecer, Galbraith -según afirman los medios de comunicación, yo no lo sé- está colaborando en secreto desde hace meses con el nunca bien ponderado Varoufakis para idear un plan cuyo objetivo es crear un sistema bancario paralelo al euro en el que los pagos se puedan realizar en dracmas a partir del pirateo de la web de la Secretaría General de Ingresos Públicos de Grecia (vaya, nuestra Agencia Tributaria) para obtener, sin el consentimiento de la misma ni de los sujetos afectados, el NIF de las personas físicas y jurídicas residentes en el país.
¡Qué me dicen de la pareja! Sin duda, unos figuras.
Varoufakis -que todavía es diputado y sigue siendo tratado por los bienintencionados medios de comunicación europeos con una simpatía digna de mejor causa, sólo comparable a la de sus admiradores ideológicos- lo ha explicado como es él: franco, dicharachero y más listo que nadie. Ahora lo lógico en democracia es que se le pidan responsabilidades en su país, empezando por el que es primer ministro del Gobierno del que formó parte. Claro, que quizás debería ser Tsipras el primero en explicarse: ¿conocía el plan, lo alentó, lo respaldaba mientras negociaba con la malvada Angela Merkel?
Galbraith se ha explicado en un comunicado disponible en Internet y del que me ha conmovido especialmente su último párrafo (traduzco al español): "Mi trabajo en este asunto, ni estaba remunerado, ni era oficial, y se basaba en mi amistad con Varoufakis y en mi respeto por la causa del pueblo griego". Cualquiera podría suponer que ese respeto incluía piratearle el NIF a dicho pueblo.
En fin, la credibilidad de los economistas norteamericanos y británicos (incluidos los queridos comentaristas del periódico japonés -por su nueva propiedad- Financial Times) no tiene desperdicio. Lo bueno es que, una vez más -antes estuvo su incapacidad para predecir el hundimiento financiero de 2008 en su país, que luego ha pagado todo el mundo-, se han equivocado, y el euro sigue vivo y coleando. Con sus problemas, pero vivo, tras una crisis que debería conducir a culminar la unión política y económica europea en un sentido federal más temprano que tarde.
Solo espero que el comisario Kostas Jaritos y su equipo se ocupen de ellos (y de Varoufakis) en una próxima entrega de Petros Márkaris, por favor.
Si desde el primer momento ha estado claro que el euro no concita precisamente simpatía en amplios círculos de la dirección política y económica de los Estados Unidos, no deja de llamar la atención la profunda animadversión que la moneda única suscita en ciertos ambientes académicos de ese país, representados por los tres profesores citados, entre otros.
Por supuesto que es admisible, en el marco del debate de ideas, que Krugman y Stiglitz se hayan dedicado durante semanas en junio y julio a anunciar la muerte del euro y apoyar de forma militante al primer Alexis, el que convocó el referéndum del 5 de julio para ganarlo y luego perderlo.
Según ellos, lo mejor que podía hacer Grecia era irse de la moneda única y surcar, libre y feliz, las aguas de un futuro económico prometedor retornando al añorado dracma. Claro, que se olvidaban de detallitos tales como que el Estado quebraría a velocidad de vértigo, dejando de prestar los servicios esenciales que le corresponden (sanidad, educación) y de pagar a los pensionistas, los desempleados y los funcionarios, o que los salarios y los ahorros de los griegos pasarían a valer, por ejemplo, un 50% menos. Nada, pelillos a la mar...
Pero lo que no lo es tanto es que, al parecer, Galbraith -según afirman los medios de comunicación, yo no lo sé- está colaborando en secreto desde hace meses con el nunca bien ponderado Varoufakis para idear un plan cuyo objetivo es crear un sistema bancario paralelo al euro en el que los pagos se puedan realizar en dracmas a partir del pirateo de la web de la Secretaría General de Ingresos Públicos de Grecia (vaya, nuestra Agencia Tributaria) para obtener, sin el consentimiento de la misma ni de los sujetos afectados, el NIF de las personas físicas y jurídicas residentes en el país.
¡Qué me dicen de la pareja! Sin duda, unos figuras.
Varoufakis -que todavía es diputado y sigue siendo tratado por los bienintencionados medios de comunicación europeos con una simpatía digna de mejor causa, sólo comparable a la de sus admiradores ideológicos- lo ha explicado como es él: franco, dicharachero y más listo que nadie. Ahora lo lógico en democracia es que se le pidan responsabilidades en su país, empezando por el que es primer ministro del Gobierno del que formó parte. Claro, que quizás debería ser Tsipras el primero en explicarse: ¿conocía el plan, lo alentó, lo respaldaba mientras negociaba con la malvada Angela Merkel?
Galbraith se ha explicado en un comunicado disponible en Internet y del que me ha conmovido especialmente su último párrafo (traduzco al español): "Mi trabajo en este asunto, ni estaba remunerado, ni era oficial, y se basaba en mi amistad con Varoufakis y en mi respeto por la causa del pueblo griego". Cualquiera podría suponer que ese respeto incluía piratearle el NIF a dicho pueblo.
En fin, la credibilidad de los economistas norteamericanos y británicos (incluidos los queridos comentaristas del periódico japonés -por su nueva propiedad- Financial Times) no tiene desperdicio. Lo bueno es que, una vez más -antes estuvo su incapacidad para predecir el hundimiento financiero de 2008 en su país, que luego ha pagado todo el mundo-, se han equivocado, y el euro sigue vivo y coleando. Con sus problemas, pero vivo, tras una crisis que debería conducir a culminar la unión política y económica europea en un sentido federal más temprano que tarde.
Solo espero que el comisario Kostas Jaritos y su equipo se ocupen de ellos (y de Varoufakis) en una próxima entrega de Petros Márkaris, por favor.