Foto: Mayte Piera
Ayer leía una noticia en un periódico griego, To Bima, un artículo que me llenó de tristeza. De los 17.500 barcos de pesca tradicionales que hay en Grecia, 7.500 tienen que ser desguazados. Desmembrados. Hechos pedazos. Caiques y Tratas, los pesqueros ancestrales de madera, deben ser reducidos a serrín por una normativa comunitaria. El objetivo es disminuir la flota en aguas mediterráneas para intentar atajar la sobrepesca. Sus propietarios se enfrentan bien a cambiar de profesión, bien a cambiar de bandera, bien a adquirir barcos más grandes. Ahí no pillo bien esa normativa. ¿Es de suponer que uno grande esquilma menos que dos pequeños? O quizás es todo cuestión de una media ponderada, la estadística de que del pollo que nos comimos a medias me lo zampé yo sola mientras tú mirabas.
Es un hecho ineludible que como no pongamos coto a desmanes, pronto el Mediterráneo será un charco sin vida, y que estamos obligados a idear todos los medios a nuestro alcance para evitarlo. La pesca indiscriminada de alevines, con la consiguiente ruptura de la cadena reproductiva de muchas especies, ha borrado del mar muchas variedades antes abundantes. La mejor forma de evaluar la presión pesquera en una zona es mediante el esfuerzo pesquero: el producto de la capacidad, el número de licencias y tamaño de los buques, la actividad y el número de días que un buque pasa en el mar. Pero todas estas entelequias, con fórmulas que yo alguna vez estudié, manejadas en un despacho de Estrasburgo, poco tienen que ver con la cultura y con la vida. No dudo de la buena voluntad de los funcionarios que redactan estas leyes, pero ver el mundo a través de una pantalla y unas letras ordenadas y justificadas puede tener graves consecuencias colaterales.
La desaparición de esta forma de construir artesanal, que viene evolucionando desde los tiempos de Homero, es también la extinción de una forma de vida de muchas islas; de hecho, no había isla orgullosa de su nombre que no luciera un astillero; donde calafates y carpinteros de ribera, maestros y aprendices, gubias y formones iban dando rienda suelta a los sueños marinos de unos árboles que estaban resabiados en estas cuestiones de tanto mirar al líquido elemento. De aquí salieron las naves de cóncavas proas que conquistaron tantos puertos y corazones; que llenaron de colorines un mar azul como pocos.
La mayoría de estos barcos griegos de madera condenados a muerte son de tamaño medio y suelen faenar en aguas costeras, alejándose solo a altamar cuando las condiciones son muy bonancibles. Sus métodos de captura son tradicionales, y normalmente carecen de la electrónica sofisticada de las grandes naves que se construyen hoy en día, capaces de oír el suspiro de un pez a cincuenta millas. También hay que tener en cuenta que este Mare nostrum no es tan nostrum como quisiéramos, sino más bien es probable que lo que diga Europa le importe una higa a una gran mayoría de países ribereños que piensan seguir pescando con lo que haga falta. Dinamita o bombas nucleares, lo necesario para sobrevivir. Es decir, a veces dudo de que la medida provoque algo más que la pérdida de estas joyas marineras que alegraron los ojos de muchos. Todo seguirá igual, pero sin ellos. Todo será más triste.
El vídeo que os muestro a continuación está en griego, así que los que no conozcan el idioma pueden ir directamente al minuto 10:56. Advierto de antemano de que puede herir la sensibilidad de algunos.
Lo más importante y amargo de todo es que estos barcos eran bellos y elegantes; atributos ambos muy preciados y con una reproducción tan delicada que colapsan y se extinguen con facilidad. Con rapidez se llena el mar de especies oportunistas de plástico y fibra, salidas de moldes facilones y fabricación en serie. Cardúmenes de chárter sin diferencias, todos uniformes, efectúan sus puestas cada sábado y conquistan el lecho ecológico que dejaron estas maravillas. Sin estos barcos, se desdibuja el skyline griego, tan lleno para mí de frisos y de columnas como de proas altivas con peces dibujados en sus amuras.
Thanasis Papakonstantinos. La barca de arrastre
En una barca dorada,
Con los fondos como un colador,
En la oscuridad navega insumergible,
Sin tripulación.
Pesca suspiros
Y los vende a las estrellas.
Nuestra barca, vieja,
En vez de velas, una camisa,
Y por remos, las manos
Nuestra jarapa, vieja.
Ahora aquí y luego en otro sitio.
Por los mares del cielo,
Ahora aquí y luego en otro sitio.
Nuestra barca, la jarapa.
Miles de ojos la miran,
Los corazones se postran.
Y los irracionales,
Le preguntan dónde va,
Voy a altamar
Con el aparejo de la victoria
Para peinar los sueltos
Cabellos de Berenice,
Nuestra barca, vieja...
Luna vieja, luna de seda,
La noche haces luminosa,
Y a mí, volverme loco
Los primeros y los mejores
Te buscan en los riachuelos.
Y yo, desde Larisa
Te envío cancioncillas.
Nuestra barca, vieja...
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora