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Lo que me impresiona de ARCO

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Arco, la feria, es un circo de vanidades. El otro día, sin ir más lejos, iba yo por la feria con un amigo empresario y todo el mundo le rendía pleitesía y le hacía la pelota. Él, que es muy majo, lo sobrelleva con estilo. Pero está claro que aquí el dinero es lo único que importa. El dinero y las relaciones sociales.

A Arco, como a cualquier lugar de moda, va uno a ver y a dejarse ver. Va uno a demostrar que, pese a la crisis, sigue pudiendo pagar la entrada o ha conseguido que alguien le cuele para evitar tener que abonar los muchos euros que cuesta entrar al paraíso. Este placer artístico cuesta 40 euros los primeros días, mientras que el domingo día 23 la tarifa se reduce a 30 euros. A mí, si se maneja un poco de presupuesto, no es que me parezca caro, me parece tirado. El Ayuntamiento de Madrid cobra entre 10 y 15 euros por pequeñas exposiciones que exhibe en el espacio CentroCentro, así que pagar 30 o 40 euros por ver el mejor arte del mundo en cantidades casi imposibles de asimilar no me parece caro, siempre que se tenga presupuesto. Aunque hay que reconocer que es una cantidad de dinero de la que cuesta desprenderse. Pese a todo, está lejos de las sumas estratosféricas que se pagan por ver un partido de fútbol, así que no creo que haya que rasgarse las vestiduras demasiado por el precio de las entradas; al fin y al cabo se trata de un negocio, no de una exposición del Museo del Prado, que es mucho más económica aunque no sea un lugar tan de moda.

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Foto: Pablo Peinado.


Eso sí, hay que señalar que el paisanaje de Arco se ha renovado. Ya no vienen algunos de los habituales de antaño. Con tanta gente arruinada o al menos venida a menos; con tanto coleccionista que ya no puede coleccionar; con tanta clase media que ahora necesita el dinero para pagar la hipoteca y comer todos los días o tanto artista que ya no vende ni un cuadro, la mitad de las caras de antes han desaparecido. Entre la crisis, el paro y el IVA cultural al 21% (según afirman algunos galeristas, no es cierto que se haya reducido al 10%, esto es sólo para las ventas directas de artista a cliente, sin intermediarios), este Gobierno le está dando la puntilla al arte (y, por lo tanto, a su comercio) como antes hizo con el teatro, el cine y todo lo que huela a cultura y/o educación. No hay que olvidar que el arte lo compran la clase media y los ricos, pero lo producen y lo venden artistas, personas que generalmente malviven precariamente de su trabajo. Incluso muchos de ellos pobres de solemnidad, o sea, que no se trata de un asunto de ricos sino más bien al contrario; aunque la imagen que ofrece el producto final sea tan brillante, los estudios donde viven y trabajan son, demasiado a menudo, la cara opuesta.

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Foto: Pablo Peinado.


El caso es que Arco sigue adelante un año más, esta edición con Finlandia como país invitado y con la presencia de numerosas galerías venidas de todo el mundo, dispuestas a mostrar lo mejor de sus artistas y/o de sus almacenes. También con la intervención de muchas galerías españolas con una oferta amplia, diversa y sugerente.... Sólo hace falta un poco de dinero (digamos de 3.000 a 5.000 euros como mínimo) para llevarse algo de Arco que realmente merezca la pena. Y eso, pese a que ahora hay menos 'menudeo' y todas las galerías han apostado por la elegancia y los espacios poco abigarrados. Nada de carpetas sobre borriquetas a la vista, con obra gráfica o dibujos. Si quieres ver estas cosas supongo que tendrás que entrar en las trastiendas de los distintos stands, porque lo que vemos a simple vista son siempre cuadros, dibujos, grabados, esculturas... Pero todo ello, casi siempre convenientemente enmarcado y expuesto sobre la pared.

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Foto: Pablo Peinado.


Lo que me impresiona de Arco, de esta edición de la feria, es su seriedad, su sensación de aburrimiento, su falta de sorpresas. Falta originalidad y emoción en la piel de este Arco 2014. Antes, al menos, los espacios libres entre zonas eran ocupados por creaciones originales, como aquel año que las sillas estaban flotando, colgadas de globos de helio gigantes. Ahora todo se ha vuelto más ramplón, más serio y convencional. Eso no quiere decir que las obras de arte que exhiben las galerías sean peores. Sólo podría decir que tienen una escala más pequeña, son menos llamativas y el arte, entendido como espectáculo, casi se ha desvanecido, porque la mayor parte de las piezas exhibidas en la feria están aquí para ser vendidas. Por lo tanto, se dirigen de una manera directa al comprador, sin subterfugios y sin demasiadas alharacas. Son lo que son y punto. Si te gustan y tienes dinero, las compras. Si te gustan y no tienes, las miras y sigues tu camino...

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Foto: Pablo Peinado.


Pese a todo, Arco es un lugar para ver arte del bueno. Sólo hay que visitar galerías como Leandro Navarro, Guillermo de Osma o Marc Domenech (especializadas en vanguardias históricas) para encontrar piezas de museo, o las muy reconocidas Juana de Aizpuru, Espacio Mínimo, Marlborough o Rafael Ortiz... Hay tantas galerías interesantes en todas las ediciones que sería inacabable el relato, y con los artistas ocurre más de lo mismo. Lo mejor es acercarse y ver de primera mano lo que hay, disfrutar y juzgar (si apetece) lo que uno va encontrando en este paseo del arte contemporáneo. Eso si se vive en Madrid, de lo contrario siempre está la opción de acercarse el fin de semana y disfrutar en directo de Arco, o pedirle a un amigo que nos traiga el catálogo.

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Foto: Pablo Peinado.


Finalmente, creo que entre lo más interesante de Arco están las personas que ves por allí. Generalmente galeristas y artistas venidos de todos los rincones del mundo. Mucho pelo rubio (natural o teñido), muchos colores de piel distintos, que abarcan todo el espectro de matices, desde el extra blanco al extra negro (éste menos frecuente, por desgracia) y muchos idiomas diferentes, aunque mayoritariamente eclipsados por la lengua común, que no podía ser otra que el inglés. Cuando uno va por los stands no sabe sin resultan más atractivas las obras o los/las galeristas que las representan, los artistas que les acompañan o el público que deambula por los pasillos. A menudo, personas con looks generalmente modernos, vanguardistas a veces, atrevidos en ocasiones, que te miran con curiosidad o con indiferencia.

Los galeristas, los últimos días, miran agotados a los visitantes, casi sin verlos ya, quemados los ojos de ver pasar delante suyo tanto ego descontrolado o tanto curioso en busca del santo grial del arte. A la busca y captura de aquella pieza que sea capaz de emocionarte o sorprenderte. Perdidos todos en la búsqueda de un objeto casi humano que te robe el alma, aunque sólo sea por unos instantes.

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