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El país de Rajoy

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El país en el que habita el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha cruzado "con éxito" el cabo de Hornos. Sus ciudadanos ya no hablan de esperanza sino de ambiciones, se llama a las cosas por su nombre, celebra sus mejores cifras de competitividad, vive una revolución administrativa silenciosa y la transparencia es una cualidad que forma parte de su cotidianidad.

El país que el presidente divisa desde su atalaya se dirige hacia la meta, "aún cuesta arriba y aún con dificultades, pero en la buena dirección". Un país que, tras dos años de reformas y ajustes presupuestarios, se muestra al mundo "con un nuevo rostro, rejuvenecido" gracias a que los resultados se palpan en la calle y todos los ciudadanos "encuentran justificación a los sacrificios".

El país al que el presidente se refirió en el debate sobre el estado de la nación ya "no es un lastre para Europa, hoy se la percibe como parte del motor, como un engranaje importante, cargado de energía potencial". Es más, ha pasado de ser un alumno castigado por sus incumplimientos a ser un miembro destacado con la capacidad de liderazgo suficiente para convencer al resto de los socios comunitarios que "la crisis del euro no era sólo económica sino también política" o que los demás entendiesen que "las políticas de consolidación fiscal tenían que ir acompañadas de otras, de forma complementaria, que impulsaran el crecimiento y la creación de empleo".

En el país que dibujó el presidente en su comparecencia en el Congreso, la cifra de desempleados ha descendido en 169.000 personas con respecto a 2012, pero en su exposición omitió, para no desvirtuar un paisaje tan idílico, la reducción de la población activa, la huida de las listas oficiales de aquellos que han desistido de buscar un empleo y a aquellos que, cansados de esperar, han tenido que hacer las maletas para buscar un puesto de trabajo en otros países.

El mundo sigue dando vueltas, como nos recordó ayer Rajoy, y su Gobierno no está dispuesto a que en el constante movimiento giratorio "nos quedemos atrás". Un relato ambicioso en el que no tiene cabida el 21,6% de la población que vive bajo el umbral de la pobreza o los 2,5 millones de niños o niñas pobres. Ni una sola vez se refirió el presidente al drama que representa la pobreza en España.

Un país que, según Rajoy, ofrece al resto del planeta un aspecto "rejuvenecido tras fortalecer sus posibilidades, su dinamismo y su eficiencia". Una fortaleza irreal que se sustenta bajo dos máximas que el presidente no incluyó en su discurso: la precariedad de los salarios provoca que trabajar ya no sea garantía suficiente para salir de la pobreza, y la competitividad de la que presume cada vez que alude al crecimiento de las exportaciones se debe a que las remuneraciones son más bajas y a la flexibilidad en los despidos decretada en su reforma laboral.

El país de Rajoy tendrá que esperar hasta 2015 (año electoral) para beneficiarse de la rebaja de la carga fiscal que prometió antes de su llegada al Palacio de la Moncloa. Y las pequeñas y medianas empresas, los autónomos y emprendedores a los que los bancos cierran el grifo del crédito (pese al elevado coste para las arcas públicas del rescate financiero) tendrán que analizar con lupa la letra pequeña del acuerdo que anunció Rajoy "para mejorar la liquidez empresarial y fortalecer la financiación no bancaria".

Más pinceladas del país del que habla el presidente: de la corrupción "se están ocupando los tribunales"; de la reforma de la ley del aborto ni una sola palabra; la reforma energética "busca la protección de los consumidores" y de la reforma de Wert ni una simple chuleta. Es lo que sucede cuando se cree que se habita en un país que ha pasado, con casi seis millones de parados, de la esperanza a la ambición.

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